Dos casas en medio de una extensa manga en el noroccidente de Itagüí a donde pocos habían llegado, fue el inicio de este barrio con una particular historia. María “chiquita” Velásquez, una de sus más reconocidas habitantes por su estatura, cocinaba morcilla para vender y las tripas que le sobraban las colgaba en el balcón de su casa para luego hacer los chorizos que también ponía a la venta. Así nació “La Tripería”, como conocen al barrio Los Velásquez que por estos días se pintó de blanco.
POR ALEJANDRO CALLE CARDONA
A comienzos de los años cincuenta las familias Velásquez, Pérez, Londoño, Echavarría, Bustamante y Cano Vásquez, eran las propietarias de las fincas que poblaban el sector. Poco a poco, las familias fueron creciendo y con ellas, el número de habitantes y construcciones en medio de los cafetales y terrenos baldíos.
Una de ellas, entre Juan Cano y María Raquel Vásquez, tan solo tuvo once hijos, muchos de ellos continúan habitando la parte baja del barrio a lo largo de una cuadra. “Ellos son los que mandan acá”, dice entre risas uno de sus vecinos, mientras recorre con su mano las casas que los Cano Vásquez habitan.
Con el paso de los años las fincas fueron loteadas y vendidas a quienes llegaron desde otras regiones antioqueñas en busca de empleo. Las ladrilleras y chircales se asentaron en esta parte de la vereda El Progreso de Itagüí, que hace parte del corregimiento El Manzanillo desde donde extraen el material para la fabricación de ladrillos y tejas que surte depósitos y proyectos en el Valle de Aburrá.
Esa fue la razón principal para que este barrio ubicado camino arriba de El Guayabo creciera y con ello sus necesidades, las cuales hoy, más de cuarenta años después, no han sido solucionadas. A lo largo de su única calle desde la cual se desprenden seis callejones, se levantaron más de 300 casas en las que habitan al menos mil 200 personas y se estima que por lo menos una tercera parte son niños.
Pero esos niños que invaden con sus juegos la calle y el peladero que se convirtió en parqueadero de camiones y criadero de gallinas, no cuentan con parque infantil ni cancha ni mucho menos con escuela. Aunque aseguran que no tienen problema en caminar todos los días por más de 15 minutos hasta la Institución Educativa Marceliana Saldarriaga sobre la vía de La Moda, sí reclaman más espacios para jugar.
“Las únicas canchas son las de Villaventura o la de más abajo en El Guayabo, pero siempre se mantienen llenas con los niños de allá”, asegura Eliana Velásquez, un joven que desde hace seis años trabaja con más de 200 niños en tres semilleros de deporte, artes y medio ambiente. Ahora la única esperanza es que, gracias a las nuevas urbanizaciones que se levantan en la zona, se construya un parque infantil como compensación a la comunidad.
Mientras esto ocurre, ellos siguen jugando sobre la vía e incluso sobre la quebrada La Balcona, la misma que quienes llegaron al barrio en los últimos años invadieron su ladera para levantar sus casas de madera o material, pero demás para y extraer la arena que venden para las construcciones.
Una de ellas es Orfilia David Mejía. A sus 62 años y contextura delgada, enseña sus manos gruesas que dan cuenta de las marcas producidas por la pala y los baldes con la que sacan el material a diario de la quebrada por la que baja más tierra que agua. Su familia recorrió varios municipios por cuenta de la violencia, Caramanta, Segovia, Supía, Pereira. Fueron desplazados por las incursiones de las Farc, el Eln y tal vez también “los paras”.
Llegó, después de mucho caminar, a Los Velásquez hace 24 años y solo allí pudo encontrar un pedazo de tierra para hacer su casa de madera que con los años pasó a ser de adobes y concreto, aunque no cuenta con permisos ni papeles de la alcaldía. Vive con su papá, don Emilio David Zuleta quien, a sus 91 años, permanece la mayoría del día sentado en un muro sobre una pared, vigilante a lo que pase en el barrio.
El sol al mediodía le golpea sobre su cara, aunque se tapa con un poncho y un sombrero roto de fique. A quien se le acerca le extiende la mano, pero le advierte que está armado y que le dé todo su dinero o de lo contrario le disparará, aunque de inmediato suelta la risa con las pocas fuerzas que le queda. “Tengo una pistola, así que o me da la plata o disparo”, susurra.
Su hija, Orfilia, asegura que como ella muchos solo tienen en la quebrada su único sustento. “Todos los días cuando llueve, 25 personas llegamos para sacar la arena de la quebrada hasta la parte de arriba para venderla. Son 30 mil pesos el metro cúbico, unos 40 galones, pero a mí me toca pagar para que un pelado me los suba porque ya no soy capaz”, dice.
Aunque dice amar a Itagüí por dejarla encontrar un lugar para vivir, le pide que la deje trabajar, pero también que mejore las condiciones de las familias que como la de ella, viven en la ladera de La Balcona. “Nosotros no tenemos luz ni agua potable, ojalá se acuerden de nosotros”, dice.
Y ese es quizá el problema más crítico de Los Velásquez. Luego de que El Tejar San José vendiera parte de sus terrenos, muchas familias llegaron e invadieron, construyeron sus casas y algunas no cuentan con servicios públicos. Y aunque el barrio no tiene problemas de seguridad, sus habitantes más antiguos sí se quejan por la falta de unión para mejorar el barrio.
“Aquí lo que tenemos es que muchos ni siquiera nos conocemos pese a que el barrio es muy pequeño. Y eso lo que ha generado es que no nos unamos para luchar por las cosas que necesitamos, nos falta más trabajo comunitario, aunque a la hora de protegernos, sí somos solidarios. Si vamos a alguien extraño que quiera entrar a las casas, todos estamos pendientes”, comenta Patricia Bustamante Cano, descendencia de los fundadores del barrio.
Ella, con sus hermanos y vecinos en la parte baja, pasan la tarde entre las cartas y las historias en la tienda “El parche”, una de las tres que tiene Los Velásquez, que por estos días por lo menos cambió su cara.
Desde agosto, la alcaldía de Itagüí, llevó su programa ‘Pinta tu casa’, con el que revocaron la fachada de 286 casas y la mayoría de ellas, fueron pintadas de blanco, aunque algunas como la de Patricia quedó solamente en el revoque, según dice por temas políticos.
“Invertimos 203 millones de pesos en este programa, que permitió además tener más trabajo comunitario porque la gente ayudaba a pintar, mientras que los más jóvenes pintaron algunos murales. Ahora lo que sigue es intervenir otras necesidades que identificamos en este tiempo”, explicó el alcalde León Mario Bedoya.
Y esa es la esperanza de todos en Los Velásquez, que las fachadas no se queden en eso, en una sola fachada de un barrio lleno de problemas sociales como vivienda, servicios públicos, espacio público y drogadicción. Sin embargo, quienes lo habitan dicen no cambiarlo por ningún otro barrio, del que dicen es el más seguro y al que pocos conocen y quienes sí saben de él, lo siguen llamando “la tripería”.