Como una técnica de entrenamiento de buzos, que en piscinas podían tener unas prácticas intensas en temporada de invierno, más allá de los trajes de neopreno y tanques de oxígeno, así empezó el rugby subacuático en el mundo, más precisamente en Colonia, Alemania. A Colombia llegó en la década de los 80´s, en Cali, y hasta allí unos paisas fueron, lo conocieron y lo trajeron a nuestro departamento.
POR DEPORTES CIUDAD SUR
Pocos sabían de este deporte que nada tiene que ver con el rugby tradicional. Este se juega en una piscina de hasta 5 metros de profundidad, en cada extremo hay una cesta de 40 centímetros y en la que cada equipo debe poner el balón para anotar un punto. Un balón que gracias a la solución salina con la que es rellenado tiene flotabilidad cero.
Los equipos tienen seis jugadores dentro del agua y otro seis sustitutos, quienes deben hacer su ingreso sin perder tiempo. El balón nunca sale a la superficie ni puede ser lanzado de un lado a otro. El rugby subacuático es un deporte de velocidad, resistencia y fuerza. Requiere de estrategia. Es un deporte para pocos.
Pero hay que hablar de los inicios. Este deporte empezó a crecer de la mano del Club Orcas, en el que Luis Fernando Botero y su familia fueron grandes impulsores. Los jóvenes empezaron a llegar, pero la primera participación internacional del país fue en 1991, en Dinamarca, con un octavo puesto.
Colombia asistió a los siguientes mundiales, pero no pasaba del quinto lugar en la tabla final. En las primeras participaciones a los colombianos les costaba algo, y era el mano a mano, en el enfrentamiento directo perdían con los nadadores de los países europeos, especialmente los nórdicos.
Hasta Cali 2007. Allí no solo la localía impulsó al seleccionado nacional, una estrategia novedosa se empezó a ver bajo el agua. Samuel José Gaviria, jugador y técnico de la Selección Colombia de Rugby Subacuático, así como docente en un programa deportivo, se confiesa un inquieto. “Soy hincha del Medellín, y viendo un partido de fútbol vi una jugada de un tiro de esquina, pase atrás y un centro al segundo palo, muy buena y efectiva, la vi muchas veces y pensé que nosotros podíamos adaptar eso a nuestro deporte”, cuenta Samuel, quien también copio estrategias del balonmano, fútbol sala y baloncesto, pero las debía llevar al fondo del agua.
En ese Mundial Colombia fue tercera, cayeron en la semifinal ante Alemania, y en la disputa del bronce vencieron a Suecia, cinco veces campeones mundiales, un primer paso que develó lo que nuestro país traía entre manos, la velocidad. Al no tener la talla de los europeos, la contextura de los jugadores se debía convertir en una ventaja y se empezó a modificar la forma en que se jugaba, la forma en que se aprendió el rugby subacuático en el país. “El éxito que tenemos es que nos alejamos de lo tradicional y planteamos una propuesta diferente que se adapta a las características de nuestro jugadores, nos llamaban locos”, dice Samuel.
TALENTO ENVIGADEÑO
Y llegaron después nuevos jugadores, más jóvenes, menos experimentados pero con las mismas o más ganas de nadar en piscinas de todo el mundo, aprender y ganar.
En el 2013, entre tantos jóvenes llegaron dos, Manuel Celis, de Envigado, y Juan José Laverde, de Guayabal, cada uno con motivaciones diferentes. “Cuando era joven quería hacer deporte, vi que mi amigo Daniel Arias viajaba mucho y eso me interesaba a mí, y cuando vi que era deporte en equipo me llamó más la atención”, reconoce Manuel.
Pero para Juan José solo era un asunto de distracción y la mejor excusa que encontró su madre para que él practicara algún deporte. “Llegué al rugby subacuático. Yo ya había pasado por baloncesto, fútbol y hasta tiro con arco, pero no era muy bueno”, dice.
En Orcas ambos encontraron algo más, una familia, con experimentados de años en el deporte y ellos que con su jovialidad solo aprendieron a jugar el “nuevo” rugby subacuático. Esa mezcla llevó a que Orcas empezara a liderar este cambio, a llevarlo al país y al mundo.
Pero llegaron los obstáculos, que como casi en todos los deportes que no sea fútbol, están relacionados con el dinero para financiarlos. En el rugby subacuático se necesitan cerca de 550 mil pesos para las aletas, 150 mil para la careta, 50 mil por tubo, que se usan varios en el año, además del costo del gimnasio mensual y una buena alimentación diaria.
Si se quiere competir para ganar nivel, hay cinco torneos nacionales, cada jugador debe gastar por cada evento un costo cercano a 400 mil pesos entre viaje, hospedaje, alimentación e inscripción. El rugby subacuático no tiene grandes patrocinadores, o sí, los mismos que para muchos deportistas en nuestro país: la familia, los papás.
Para ir a un Mundial la preparación es igual que para una válida nacional. 10 sesiones de entrenamiento semanales, cuatro de ellas en gimnasio, doble jornada de lunes a jueves y sesiones sencillas viernes y sábado. Además de academia, estudio de la técnica.
ASUNTO DE FAMILIA
Pero ante las carencias hay cosas que compensan y una de ellas es la unión, encontrar un grupo de compañeros que se vuelven amigos, y de ahí familia, en las que todos se preocupan por todos. El seleccionado nacional solo se separó para viajar a Graz, en Austria, lo hicieron por grupos, que se conformaron bajo una razón, tener la plata en el momento indicado para comprar el tiquete más barato.
Ya juntos en Graz nada cambió, los quince hacían todo juntos. “Una de las cosas más duras es la espera. Algunas veces jugamos un partido por día y el resto del tiempo en el hotel, entonces encontrábamos que hacer, todos unidos”, cuenta Juan José. Desayunos, almuerzos, cenas y tiempos muertos servían para integrarse, se amalgamaban para que en la piscina todo fuera igual y así fue.
En la primera ronda derrotaron a Canadá por 29-0, a Eslovaquia 25-0 y a España 15-0, ronda perfecta. “La primera ronda nos llenó de confianza, pero el grupo fue muy maduro y muy centrado, sabíamos que queríamos la final y la frase siempre fue: ‘paso a paso, no hemos hecho nada’”, recuerda Samuel.
Ya en las fases definitivas Colombia empezó a ver caer a los grandes, mejor dicho a tumbarlos, primero fue Finlandia por 4-0, después Dinamarca, victoria por la mínima en tiempo extra. Fue el partido más difícil, los daneses estudiaron muy bien a los colombianos, armaron una estrategia muy eficiente, les funcionó 43 minutos, “nos tenían bloqueados y no pudimos hacer nuestro juego. Pero nos sirvió mucho porque llegamos a la final más tranquilos”, recuerda Gaviria, viendo un equipo sólido y consolidado.
Llegó la esperada final contra Noruega y que fue la cúspide de un proceso serio, de ir a reclamar lo que ya se había ganado desde meses atrás. Marcador de 2 a 0. Los noruegos salían agotados de la piscina, a uno de ellos se lo llevaron hasta en camilla, mientras que los colombianos salían como si nada pasara, como jugando un fin de semana.
“La final que uno sueña, fuertes a la hora de recuperar un balón, tranquilo a la hora de atacar”. El pito anunció el final del tiempo reglamentario y llegaba la celebración que quedaba en la historia del deporte colombiano. No sonó el himno, pero los jugadores se pararon al frente de la piscina y comenzaron a entonar las letras de aquella canción que eriza la piel cuando se gana un título.
No importaba lo desafinados ni lo descoordinados, era más el orgullo de representar a un país, cumplir sus sueños y responderle a sus padres y familiares que creyeron en ellos, por saber que todos los sacrificios valieron la pena, pero también por escribir el nombre del país en el trofeo de campeones, ese que solo tenía a equipos europeos allí: Dinamarca, Suecia, Finlandia y Noruega.
Con el título mundial en sus manos llegaron de nuevo a un país que no valora este tipo de logros, ni los entes públicos ni la empresa privada se vinculan y su deporte no hace parte los Juegos Deportivos Nacionales que este año se realizarán en Bolívar. “Tenemos ligas suficientes para estar en Juegos Nacionales, Antioquia, Bogotá, Valle, Risaralda, Meta, Tolima, Magdalena. Somos más de 500 deportistas pero no podemos estar en la mayor fiesta deportiva del país”, lamenta Manuel.
Pero el afán ahora es otro, se viene la defensa del título mundial de clubes, en la Champions que se disputará en Berlín, “la necesidad es ya, estamos a 11 meses, la invitación es a la empresa privada que se vincule. Acabamos de hacer un gasto muy grande y queremos que muchos se sumen, estamos haciendo país”, destaca Samuel.
Lleguen aliados o no, ellos seguirán con su rutina de 10 entrenamientos a la semana, de ahorrar todo lo que sea posible, de poner a sus familias en afanes económicos, todo por la simple razón de darle todo a un deporte que a ellos les ha dado todo también. Son campeones mundiales, todos les quieren ganar, y Samuel Gaviria resume el orgullo y el compromiso en una frase que muestra la evolución y el trabajo: “hoy nos llaman los arquitectos del nuevo rugby subacuático a nivel mundial y creo que vamos a ser inspiración de muchas naciones que quieren llegar allí”.