Las luchas de José Manuel: el joven ‘trans’ que se graduó de un colegio en Sabaneta


Alejandro Calle Cardona

Ciudad / diciembre 5, 2019

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El sueño de casi toda niña al cumplir 15 años es tener su vestido, una corona y una gran fiesta con sus amigos. Pero María José no quería, no se veía en esa obra de teatro porque no sentía que pertenecía a ese mundo femenino. Ha librado varias batallas, en su casa, en su colegio y en su interior, y poco a poco las ha ido ganando. Hace tan solo unos días, José Manuel se graduó de un colegio en Sabaneta, allí libró la más dura batalla.

PUBLICADO 5 DICIEMBRE 2019 | POR ALEJANDRO CALLE CARDONA

De niña, ignoraba las muñecas Barbie para quedarse con los Ken y siempre prefería hacer el rol masculino cuando jugaba con sus hermanos o amigos. Parecía normal en medio de los juegos de chicos, pero de a poco se dio cuenta que la inclinación por las mujeres era real, al punto que le escribía las cartas de amor a su hermano para que conquistara a las novias que quería conseguir.

Aquellos juegos de niños pasaron a ser asuntos serios de adolescentes. A los 13 años veía en su hermana Margarita su mayor referente femenino, la imitaba, quería ser como ella, pero no era capaz, no se sentía cómoda, sabía que estaba en el cuerpo equivocado. Trataba de negar lo que sentía, y eso la llevó a alejarse de todos, a consumir cigarrillo y licor, tal vez para huir de lo inevitable. Iniciaba su primera lucha: consigo mismo.

Una película que narraba la historia de un joven transexual le ayudó a reconocer y a aceptar lo que le pasaba. Su gusto por las mujeres iba más allá, sabía que no se comportaba como niña ni quería hacerlo. De regalo de quinces decidió cortarse el pelo, pidió un par de zapatos, una camiseta y pantalón; sus padres le dieron gusto, aunque no estaban de acuerdo con los cambios.

Y allí iniciaría una lucha más fuerte, quería convencerlos para que aceptaran lo que estaba pasando: que su pequeña ya no existía y que ahora José quería vivir su propia vida y estaba dispuesto a defender su derecho a vivirla. Pero no sería fácil, la depresión lo invadió, tuvo que pedir ayuda y fue precisamente su psicóloga quien lo motivó a asumir los riesgos y cambios necesarios para lograr su nueva identidad. La ropa, su look, sus gustos, todo.

“Ella me ayudó en todo, pero mi familia, al darse cuenta me prohibió verla porque todos decían que me estaba haciendo daño. Me dio más depresión, no quería estudiar, no quería hacer nada. Me hospitalizaron durante 15 días y cuando salí, mi familia aceptó que yo ya era José, aunque me seguían llamando con mi anterior nombre y eso me daba mucha tristeza”, recuerda el joven.

 

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La historia no iba a ser muy diferente en su colegio, en el José Félix de Restrepo de Sabaneta, al que llegó hace tres años para cursar noveno grado. Allí iniciaría la batalla más grande y que casi pierde. Pese a sus solicitudes, los profesores se negaban a cambiar su nombre en los listados de asistencias; escuchar cada mañana y en cada clase que lo llamaran María José era un tormento que lo alejaba de las aulas constantemente.

Envió cartas, habló con los profesores, coordinadores y las directivas para intentar escuchar el nombre de José Echeverri, pero todo fue en vano. Aunque sus amigos más cercanos sabían lo que pasaba y lo apoyaban, otros compañeros lo miraban raro y murmuraban. La depresión era una enemiga que siempre rondaba para atacar la fragilidad de un joven que luchaba contra la corriente y con un colegio que no lo aceptaba.

José ingresó al grado once y su mayor frustración fue no poderse matricular con su nuevo nombre, puesto que solo cumpliría los 18 años de edad hasta abril y aunque el colegio permitió que no usara el jomber y asistiera a clases en jean, en los listados seguía su antiguo nombre. “Escribí una carta explicando que era un joven transgénero, se la escribí a la rectora, a los coordinadores y a los profesores para que cambiaran mi nombre como José Echeverri en los listados, pero nadie lo hizo. Lo peor es que ya estaba estudiando con compañeros nuevos y no sabían por qué me llamaban María José. Nuevamente comencé a faltar a clases”, asegura.

Las ausencias en las aulas, la soledad en su casa y la depresión se hacían más comunes. Pero un foro sobre familias diversas al que asistió con sus padres, terminó por convencerlos de que lo que vivía su hijo era normal, y lo acompañaron a defender sus derechos en el colegio antes de que fuera demasiado tarde. “Me dijeron que lamentaban todo lo que había pasado, hicimos un derecho de petición al colegio para explicar las sentencias que habían fallado en estos casos y les solicité algunas medidas para defender mis derechos. Pero ninguno me escuchó”, lamenta.

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José habla fluido, no olvida ni un solo detalle. Tiene la apariencia de un niño de 12 años, pero cuando habla refleja la madurez y la conciencia de un adulto formado. No es para menos. Recuerda con felicidad que cuando obtuvo las escrituras públicas, su nombre pudo ser modificado en las listas del colegio y sintió haber ganado otra lucha. Sin embargo, aunque sus profesores ahora sí lo llamaban José, se referían a él como “muchachita de dios”.

Vivía en dos mundos. En la calle era él y en el colegio, ella. La depresión se hizo más fuerte y trató de hacerse daño, así que fue hospitalizado nuevamente, lo que llevó a sus padres a reafirmar su apoyo en lo que necesitara para que tuviera una vida normal, como cualquier joven.

Gracias al acompañamiento de la Casa de la Diversidad Sexual y de Género de Medellín, obtuvo su contraseña con nueva identidad, su nombre era oficial y el Estado aceptaba su género. Sintió que todo había valido la pena, que había ganado una larga lucha y no aguantó el llanto, porque los hombres también lloran de alegría.

La historia de sus nombres es llamativa. Desde niño, sus amigos siempre lo llamaron José y decidió conservarlo para no modificar su primera identidad, pero quería que su segundo nombre también iniciara con “m” como el anterior y encontró la mejor excusa. “Le compré una chaqueta a una chica que se llamaba Manuela y para no gastar mucha plata le quité la “a” del final y así quedé como José Manuel”, recuerda entre risas.

La EPS también le dio la razón recientemente y le aprobó su tratamiento hormonal, recibió su primera dosis de testosterona el pasado 31 de octubre y la segunda, dos días después de esta entrevista, el 1 de diciembre. Estaba emocionado, confiesa que con la primera lloró mucho más que cuando recibió su nuevo documento de identidad.

Ya nota los cambios, le salió algo de acné, le empezó a crecer el vello, su también voz cambió, entre otros que prefirió no mencionar. Él sabe que cada cambio será un impacto sí mismo y para su familia. “Ya no me veré tan chico y eso me hace feliz, sé que para ellos es duro porque querían una niña. Pero ahora ellos me apoyan en todo, mi papá me corta el pelo y me ayuda con la ropa”, dice.

En el colegio, mientras tanto, seguía todo igual. Interpuso una tutela y ese documento es casi una pieza magistral de defensa de los derechos fundamentales de las personas. Sus amigos lo apoyaron y protestaron al frente del colegio para exigir respeto y que José se pudiera graduar.

Y hace una semana lo logró. En medio del auditorio recibió su cartón que lo acredita como bachiller, y aunque el coordinador no le dio la mano, celebró a rabiar el haber ganado otra lucha. Antes de bajarse del escenario, sacó un cartel y lo levantó, y aunque muchos pensaron que era en protesta contra el colegio, se trataba de un homenaje al joven Dilan Cruz, muerto en las protestas en Bogotá y que se graduaría el mismo día en que falleció.

Quizá a ambos los unía, además de la corta edad, la resistencia y la lucha por sus derechos. Ahora, sentado en el sofá de su casa y sosteniendo orgulloso su cartón con el nombre de José Manuel Echeverri, asegura que seguirá buscando, desde la Mesa de Diversidad de Sabaneta, que su colegio acepte a las personas diversas y que su caso sea conocido para ayudar a más jóvenes que viven su misma situación, sus misma luchas.


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