La conversación no inició a la hora esperada. Los comensales estaban ansiosos por probar los diferentes tipos de arepas típicas venezolanas. Tumbarrancho, reina pepiada, llanera, catira, carupanera, ropa vieja y ranchera, son algunas del menú. Mayra Escobar, en compañía de su madre, importó el sabor venezolano hasta Envigado huyendo de la grave crisis que padece el vecino país.
Hasta Medellín y el Valle de Aburrá han llegado cerca de treinta mil venezolanos buscando una nueva opción aunque la mayoría se encuentran desempleados y algunos otros se vieron obligados a ejercer la prostitución. Lo que empezó como una revolución valiente a manos de Hugo Chávez, desencadenó en una serie de represiones y tiranía de Nicolás Maduro.
Miles de venezolanos han invadido las calles de Caracas, Carabobo, Maracaibo y demás ciudades reclamando un cambio urgente, la libertad de los presos políticos y elecciones populares. Las razones para marchar sobran, dice Mayra mientras pones dos arepas en la parrilla antes de rellenar.
La falta de medicamentos, de comida, de luz, de agua y hasta de seguridad. Las marchas en contra del gobierno en abril dejaron al menos mil 300 personas detenidas, 437 heridos y más de 30 muertos.
Mayra es joven, apenas supera los 30 años. Es alta, trigueña y sus piernas son largas, muchos dirían que así son las venezolanas. Llegó a Envigado en 2006 cuando Chávez ya llevaba siete años en el poder y su Revolución Bolivariana tomaba forma. Se ubicó con su familia en el barrio El Trianón donde hizo amistades y encontró trabajo, pero regresó en 2009 a Maracaibo porque allí estaban sus amigos de infancia, parte de su familia, estudiaba administración de empresas y trabajaba en un restaurante.
La muerte del comandante llevó al poder a Nicolás Maduro y las cosas, según cuenta, empeoraron. “Hay racionamientos de luz de más de cinco horas, hay filas para comprar comida y todo es carísimo; para ser atendido en un hospital hay que llevar los medicamentos, pero lo más grave es que no hay seguridad. Te matan por robarte cualquier cosa”, relató.
Regresó a Envigado donde ya vivía su madre y su hermana, quienes vendieron todo lo que tenían en Venezuela. En 2015 recibió una de las noticias más duras de su vida y que la llevaron a tomar la decisión de no regresar a su país. Al salir de un cajero, su hermano Robert fue asesinado por robarle su moto y el dinero. La violencia que padecía su país había llegado a su familia.
Hizo de todo para sobrevivir en Colombia, según ella, un país lleno de posibilidad pero exigente. Vendió chance, trabajó como vendedora de medicina prepagada y trabajó en clínicas de la ciudad, pero fueron las arepas, las arepas de su Venezuela amada las que le permiten construir un nuevo futuro. “En todo los paseos y reuniones, nosotros llevábamos arepas rellenas y todos quedaban encantados. Se nos ocurrió entonces venderlas porque aquí hay mucha gente que las hacen pero no con la receta original”, dice mientras sonríe.
Mayra, su madre y hermanos comenzaron con un pequeño carrito a vender arepas en una acera de El Trianón, pero las ocupaciones de todos no dejaron prosperar el negocio. Solo fue hasta septiembre pasado que decidieron arrendar un local una cuadra arriba de la iglesia del barrio, lo reformaron y dieron vida a ‘Budare, arepas con tradición’.
“Budare es la paila redonda donde se hacen las arepas en Venezuela”, explica Mayra, mientras revisa el pedido de una de las mesas de su restaurante. Pone en la plancha otras cuatro arepas gruesas que ella misma prepara y en la otra, carne, chorizo, tocineta y huevo. Su madre, doña Luz Grajales, es la encargada de hacer los jugos naturales.
Cuando ambas hablan en la cocina el acento venezolano es evidente, pero cuando Mayra habla con sus vecinos y clientes, el “ave maría” paisa no se hace esperar. Dice que en su país ya no se consigue harinapan para hacer las arepas y que los ingredientes para rellenar como la carne y el chicharrón son artículos de lujo. “La revolución está acabando con nuestras tradiciones, es una lástima”, advierte.
Pese a los años vividos en Envigado, extraña la gaita, su música preferida y a sus seres amados que continúan protestando hasta ver salir a Nicolás Maduro de la presidencia. Confiesa que ya no ve tantas noticias de su país para no afectarse, pero al recordar las necesidades por las que atraviesas sus amigos más cercanos, de inmediato se le encharcan los ojos. No lo puede controlar. “Es muy duro todo”, dice.
Aunque asegura que ya tiene una vida en Colombia, no duda un solo segundo en decir que regresaría a su país si las cosas cambian y confía que eso suceda pronto. La historia de Mayra es la de miles de venezolanos que llegan a Medellín, a Envigado, a Sabaneta y a Itagüí, tal vez huyendo de una crisis que parece tocar fondo por estos días.
Por lo pronto, Mayra se acomoda el delantal y los guantes. Otros dos clientes llegaron a probar su sazón que ya se hace famosa en Envigado. Sus arepas rellenas son especiales, según la receta pintada en una de las paredes: “2 kilos de abrazos, 3 kilos de amor, 4 kilos de paciencia, 2 kilos de sonrisas, una pizca de locura, muchos besos, mezclar todo con cariño y servir así todos los días”. En Budare, ese es el secreto de las arepas auténticamente venezolanas.
Alejandro Calle Cardona
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