Con la Churri, nadie queda con hambre en La Mayorista


Alejandro Calle Cardona

Crónicas y reportajes / marzo 26, 2017

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La vida en la Central Mayorista de Antioquia comienza cuando también comieza el día. Hacia las tres de la mañana los camiones ingresan con toneladas de frutas y verduras provenientes de todo el departamento y algunas regiones del país. Un batallón de coteros, de todas las edades,  descarga centenares de bultos y cajas antes de asome el sol.

El color y los olores a frutas, a granos y a tierra invaden los galpones de la plaza. Como hormigas van llegando los comerciantes, mercaderes, distribuidores y clientes a granel en busca de lo más fresco y barato del día, si es que por estos días se puede hablar de economía en un país que sufre por nuevos impuestos.

El agite de la mañana, las ventas y las compras, no dejan tiempo para desayunar. Un tinto de quinientos pesos con un pan o empanada  si es que alcanza la plata, juegan a ser el desayuno de bulteadores y vendedores, quienes esperan a que llegue la tarde para terminar la jornada y poder almorzar como dios y la ley paisa mandan: “trancadito”.

Son las doce del mediodía de sábado. La Mayorista está a tope y el sol pega fuerte en el bloque 27. Adentro, por los pasillos ya estrechos con cajas, sandías, papas y ramilletes de cebolla larga, pasan endiablados pelados sin camisetas y sudorosos llevando los paquetes hasta los carros de los clientes que no quieren cargar nada y ganarse aunque sea mil pesos.

Afuera de la puerta 15, un hombre de quienes poco conocen su nombre pero llamaremos Aníbal, espera atento el carro que llega con el almuerzo mientras mira ansiosamente el reloj. “Ya debe estar que llega ‘la churri”, ella llega siempre a esta hora”, asegura. Tuvieron que pasar al menos treinta minutos para que una camioneta gris parqueara cerca; “vio, ahí llegó”, expresó el hombre sonriendo y bajó de inmediato a abrirle campo.

Acercó el carro en el que acomodaron en pocos minutos, siete ollas gigantes cuatro ollas pitadoras y dos pailas, todas muy brillantes y que contenían el arroz, las carnes, papas, espaguetis, frijoles, sopas y demás delicias de “la churri”. Todos hablaban de ella, es quizá la mujer más querida de La Mayorista y su sazón es famosa en toda la plaza, la ciudad e incluso en algunas ciudades del mundo.

Un radio azul al lado de una de las ollas sonaba la música de Govanny Ayala, Darío Gómez y todos esos muchachos que ahora cantan música para viejos aguardienteros y mujeres despechadas. No habían terminado de alistar el menú y ya los comensales hambrientos se acercaban; parecían palomas como cuando los abuelos tiran maíz en los parques. Todos preguntaban qué había para almorzar y otros pedían lo de siempre. Sopa, arroz, carne, chicharrón y huevo duro, lo que sea para calmar el estómago. Y la Churri corría dando vueltas por el carrito y con plato en mano, destapando las ollas para llenarlo con sus delicias.

 

Sazón a puro amor

Es morena, bajita, menuda y siempre bien maquillada, peinada y perfumada. Su sonrisa y cariño para tender a sus clientes, dicen, es lo mejor del servicio y eso ya es mucho decir ante lo provocativo del plato. -¿Qué quiere almorzar mi amorcito?- le pregunta la mujer de 52 años a Aníbal, quien pide fríjoles, arroz, espaguetis y chicharrón. No tiene plata y la Churri nunca le cobra.

María Ensueño Arias nació en Supía, Caldas. Llegó a Itagüí desde niña junto con su familia buscando mejores oportunidades y encontró en La Mayorista su mejor opción. Terminaba la década de 1980 y decidió vender tintos al interior de los galpones a quienes madrugaban para acomodar y vender la fruta y uno que otro comprador.

Del tinto de 300 pesos en aquel entonces, pasó a vender porciones de frijoles con huevo tibio, gracias a una idea de su hermano. El éxito fue tal que terminó vendiendo 17 canastas de huevos al día y la gente fue pidiendo más opciones y, desde hace 22 años, es la cocinera más apetecida y que alimenta más de uno por muy poca plata.

Desde su casa en el barrio San Pío de Itagüí, prepara el completo menú junto con su esposo Carlos Vera y su hijo, quien se enamoró del arte de su madre y estudió gastronomía para tratar de seguir con la tradición. Desde las tres de la mañana, la cocina de “Las delicias de la Churri” es una microempresa que no para funcionar, el sonido de la llama de gas solo se pierde cuando las ollas pitadoras botan su vapor.

Pero el sabor de la Churri tiene dos secretos: el amor con el que cocina y el aprovechamiento de los alimentos. Del primero todos hablan; del segundo, es un consejo que no se cansa de repetir a los cocineros que apenas inician incluyendo su hijo. “Al ver todo lo que pasa en la plaza, uno aprende a no botar nada y menos comida cuando hay gente que rebusca en la basura cualquier fruta o verdura para hacer de comer. Yo no boto nada, algunos comerciantes me regalan lo que les sobra que está en buen estado y yo utilizo todo”, explica.

¿Pero por qué “la Churris”? El amor de madre nunca desparecen por más cansada que esté. Al que se acerque a su improvisado restaurante móvil le pregunta qué quiere comer como si se tratara de uno de sus hijos o sobrinos. A todos aconseja que se tomen la sopa del día para que coja fuerzas y evite alguna gripa o prevenga problemas del corazón. “Mi churrito, la sopita de plátano es muy buena para que no se maree”, le dice a uno de sus clientes, que se ríe a carcajadas antes de aceptarle el ofrecimiento.

Es la una de la tarde, han pasado solo treinta minutos de haber llegado y la primera olla gigante de arroz ya se acabó. Cuando empezó a vender almuerzos en la Mayorista solo utilizaba una libra de arroz; ahora vende 50 libras y unos 300 almuerzos al día y eso que asegura que antes era mucho mejor.

El carrito de comidas parece un panal de abejas revoloteando y cuidando a su reina. Llegan a pie, en motos, carros destartalados y camionetas de alta gama. Llegan coteros, compradores, carretilleros, médicos, vigilantes, estudiantes, amas de casa, turistas extranjeros, enguayabados en busca de la sopa levantamuertos, marihuaneros para matar la ‘cometrapo’ y periodistas en busca de una historia para contar. Nadie se resiste al sabor y amor de esta mujer.

“Ella es muy especial, su comida es bien preparada y muy rica. Pero lo mejor es ella misma porque a todos atiende con mucho cariño y si no tiene plata para comprar no lo deja ir sin comer. ¿Eso quién lo hace ahora? ¡Nadie!”, cuenta don Rubén Acevedo, médico de profesión, comerciante de oficio y comensal por gusto.

Al otro lado del carrito, alegando por la música que suena, David recibe su plato repleto – porque La Churris también es exagerada a la hora de servir como toda mamá enamorada-. David trabaja en la plaza, en un bloque lejos del 27 pero llega hasta ahí para almorzar, asegura que por precio y sabor, no almuerza en ningún otro lugar. “Uno queda full parcero y solo con seis o siete mil pesos. Eso en un restaurante no pasa”, dice mientras manda la cuchara a la montaña de los frijoles, espaguetis, el arroz con hoga’o y la carne.

La Churri repasa uno a uno quién falta por comer o pos sobremesa, mientras su esposo ayuda a servir y a cobrar. Él, la cuida y también cocina, pero también aconseja de vez en cuando para que el negocio peleche y no se quiebre por cuenta de la generosidad de su esposa. “Ella es muy buena mujer pero hay que tener límites, mi hijo le dice que suba un poquito el precio y yo le digo que definamos tres menú para el almuerzo, pero ella quiere hacer de todo. Ella solo piensa en los demás”, confiesa.

Y no es una exageración. Cada vez que saca algunos días de vacaciones, no descansa por pensar en sus comensales “aguantando hambre”. “Me da tristeza pensar que no les alcanza la plata para almorzar”, dice María, mientras se echa la bendición por el producido del día. Permanece en la Mayorista hasta que caiga el sol si es que el invierno de estos días no la saca antes de tiempo.

Los almuerzos donde La Churri cuestan ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos y hasta mil pesos. Depende lo que elija y la cantidad. Pero si ve a alguien que no tiene plata, a un cotero, un vigilante o a alguien del aseo, se acerca y le ofrece un plato de sopa, un trago de limonada y poco de amor, que eso tiene de sobra.

Asegura que ha tenido varios ángeles que la han ayudado trabajar y a salir a adelante, lo que ella no sabe que es sus clientes, los fieles y los espontáneos, la ve como eso, como un ángel que calma no solo el vacío en el estómago sino también en el alma. A la Churris la buscan por su sazón, por sus platos repletos de comida, por el precio pero sobre todo por su corazón porque sin importar lo difícil que sea vender, con ella, en la Mayorista, nadie se va con hombre.


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