Cuando la vida se detuvo: cinco años después del aislamiento por el coronavirus

Cuando se me viene a la mente el recuerdo del aislamiento, todavía me pregunto si lo que vivimos fue real. Todo era confuso, extraño, abrumador. La llegada del coronavirus nos obligó al encierro, a detenernos, a extrañar lo cotidiano, a preguntarnos minuto a minuto qué iba a pasar, a sentir miedo.
El confinamiento obligatorio fue una de las tantas medidas desesperadas que se inventaron los gobiernos para tratar de frenar la ola de contagios y de muertos. Ver las calles vacías, los restaurantes cerrados, las iglesias sin fieles, los colegios sin niños, el planeta curiosamente respiraba.
El aturdidor ruido de los carros, pitos y parlantes pasó a ser un profundo silencio solo interrumpido por el canto de las aves. Incluso, algunos zorro perros se atrevieron a salir para reclamar el espacio que antes les pertenecía.
Fue el tiempo en el que los humanos solo podíamos salir de acuerdo al número de cédula, en el papel higiénico escaseó.
Los balcones y ventanas más altas se convirtieron en nuestro escape. Desde allí veíamos cómo el mundo seguía su curso, aunque más lento. Las casas pasaron a reemplazar las oficinas, pero para muchos la calle era la única forma de sobrevivir, mientras que otros colgaron banderas rojas para gritar que el hambre era más letal que la pandemia.
Nos prohibieron visitar a los amigos, a nuestros abuelos, a nuestras familias para protegerlos. Nos acostumbramos a vernos a través de una cámara y una pantalla para saber que ninguno de los que amábamos tenía ningún síntoma.
La soledad y la depresión, se convirtieron en la nueva pandemia, de la cual no hemos logrado salir.
Fueron muchas semanas aislados, pero el coronavirus cobró miles de vidas. La pregunta que debemos hacernos es si hoy, cinco años después, sí somos mejores seres humanos como tantas veces no prometieron cuando permanecíamos encerrados.
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