Memorias de mis rutas tristes
Una oda a las salidas a montar bicicleta que la pandemia también nos arrebató. Volveremos.
POR: ALEJANDRO CALLE CARDONA
Recuerdo mi primera salida a montar bicicleta ya siendo adulto, bueno, medianamente adulto. Uno de mis tíos y dos primos han sido siempre los gomosos de las bielas, mientras que a mí no me atraía del todo, tal vez por miedo a caerme. Cansado de la cantaleta y con 84 kilos encima, decidí comprarme una todoterreno para salir a “trochar”.
La primera ruta fue El Salado, el gran premio para los primerizos y de quienes se aburren de dar pedal en la ciclovía de la autopista sin esfuerzo alguno. Me estrené un uniforme que me regaló el propio Rigoberto Urán durante una rueda de prensa previo a su viaje a tierras europeas en 2014. El reto era meterme en ese vestido elástico pero que sentía cómo me apretaba cada una de mis partes, especialmente las más nobles.
Con la lengua afuera coroné esa pequeña loma y sentí que el espíritu de Rigo me invadía. El segundo reto fue llegar hasta Comfama de La Estrella para luego, unos cuatro domingos después, subir a San Antonio de Prado por la vía vieja y luego por Bariloche, cuya pendiente era digna de cualquier mítica del ciclismo. Llegó la salida a El Chuscal, luego a Caldas, La Valeria y La Clara y allí el nacimiento del río Medellín me hicieron sentir que la cicla era libertad.
La Catedral en Envigado, Las Palmas en Medellín y el Alto de Minas también fueron coronados. Parecía no haber límites. Los premios del sur más exigentes fueron La Romera en Sabaneta (incluyendo El Taburete) y El Romeral en La Estrella, que te obliga a llevar la bicicleta en la mano en algunos tramos para conquistar la Laguna Encantada.
Sin pensarlo había perdido diez kilos, la barriga había bajado y las piernas tenían la fuerza suficiente para dar el siguiente paso. Con la misma bicicleta, que aún conservo, un 30 de diciembre emprendimos el viaje a El Retiro, subiendo por El Escobero, para luego llegar a Montebello y devolvernos por Minas. Una vuelta de cien kilómetros y un parche de unas siete horas, con baño en charco incluido para mitigar el insoportable calor que pega más duro en tierra fría.
Las rutas del Aburrá Sur son inagotables. Se dice que solo Caldas tiene más de 30 de pura trocha. En Envigado y Sabaneta los trayectos son menos, mientras que en Itagüí se limita a coronar la empinada y poco conocida Montaña que Piensa para llegar hasta El Cacique. Aquí literalmente la llanta delantera de la bicicleta se levanta y sientes que vas a rodar hasta Calatrava.
Con el paso de los años el auge de la bicicleta ha aumentado muchísimo considerando es un deporte excluyente por sus altos costos para quienes deciden practicarlo un poco más profesionalmente. Solo un uniforme de calidad podría costar unos 500 mil pesos, sin contar el casco, las zapatillas, gafas y guantes. Ni quiero hablar del valor de las bicicletas porque no pretendo asustar a quienes están pensando en ingresar a este maravilloso mundo.
El confinamiento también ha hecho lo suyo. Las rumbas se redujeron y los planes con amigos se limitaron. El encierro nos llevó al desespero y cuando “nos soltaron” para hacer deporte al aire libre sentimos recuperábamos un poco de libertad para correr o montar bicicleta así fuera por solo 120 minutos. Esas rutas, sorpresivamente, fueron invadidas por quienes estaban acostumbrados a transitarlas, pero también por los nuevos “ciclistas pandémicos”.
Las ciclovías permanecen suspendidas y los paseos al Oriente antioqueño se restringieron, provocando que los pelotones se multiplicaran en los ascensos a El Salado, La Catedral, El Chuscal, Minas y Las Palmas.
Montar bicicleta, al igual que cualquier otra actividad física, se hace más compleja con un tapabocas sobre la nariz y boca. Algunos decidieron no usarlo y andar en grupos, pese a que está prohibido.
Y llegó lo previsible. Las autoridades de Caldas cerraron las fronteras e impidieron el ingreso de ciclistas foráneos. En Sabaneta cerraron La Romera, incluso para caminantes, y en Envigado impidieron el ascenso a La Catedral. La Policía y el Ejército controlan el paso hacia San Antonio de Prado y lograr pasar es un tiro al aire.
El Salado sigue habilitado, pero ante la cantidad de deportistas, lo mejor es no subir. Las Palmas y El Escobero son algunas de las pocas rutas que permanecen activas, pero solo en semana, porque nuevamente debemos estar confinados entre viernes y domingo.
Hay quienes se arriesgan y emprenden camino montaña adentro, pero prefiero esperar y cumplir la norma a tener que pagar una multa de un millón de pesos que podría invertir en una bicicleta nueva menos pesada. Ojalá que cuando se acabe todo esto, los “exborrachos”, como los llaman en redes sociales, no abandonen la bici y la conviertan en un perchero.
Mientras la vida vuelve a la normalidad, si es que regresa, es imposible no extrañar esas rutas de los domingos con mis primos y amigos, los saludos de los ciclistas más veteranos subiendo ‘empailados’ a Minas, y el desayuno cargado como premio al llegar cada meta. Hoy, esas rutas solo son recuerdos que me invaden de nostalgia. Volveremos.