Humo de chimeneas en Itagüí no para: eps recomiendan a niños cambiar de vivienda
La historia no es nueva. Aunque durante las contingencias ambientales la lupa recae en Itagüí en la industria ladrillera, la producción y la contaminación que generan algunas de estas empresas es durante los 365 días del año. Las autoridades ambientales sancionaron a tres de ellas que operaban sin permisos, mientras que los niños siguen siendo los más afectados.
POR ALEJANDRO CALLE CARDONA
La bocanada de humo negro no se desvanece, pero se confunde en medio de la nube gris que por estos días cubre el Valle de Aburrá. En las veredas Los Gómez y El Ajizal de Itagüí se ubican por lo menos 11 ladrilleras y 13 chircales, empresas más artesanales y no tecnificadas; desde allí a diario salen miles de ladrillos y tejas para las construcciones de la región.
Desde que se habló de partículas contaminantes en el área metropolitana, los controles aumentaron debido a las quejas de los nuevos residentes que llegaron al sector como consecuencias a la urbanización y a que el antiguo POT del municipio no modificó el uso del suelo y por el contrario, permitió que en esta zona industrial convivieran las empresas y las nuevas edificaciones.
Pero quienes han soportado desde el inicio son los habitantes de la zona rural, muchos de ellos son empleados y su economía depende de esta industria, pero otros son víctimas silenciosas de la contaminación. La mayoría prefiere guardar silencio, otros, en cambio, ya no soportan más respirar el veneno que según ellos, los mata lentamente.
“Esto es demasiado pesado, el humo es impresionante, en la noche no soportamos el humo, cerramos ventanas y eso no vale. Por lo general a las 4 de la tarde el olor de humo y carbón, se hace más intenso porque es más pesado y en las casas cae como un aserrín negro”, dice doña Olga Caro, habitante de la vereda Los Gómez, parte alta de la montaña hasta donde suben a diario camiones y volquetas para dejar el material de producción y la madera que algunas de estas empresas utilizan en los hornos.
Mientras habla, sus nietos la miran desde la ventana de su casa y detrás de ellos, dos chimeneas botan una tenue pero continua estela de humo negro. “Uno se enferma y eso no importa porque uno ya se acostumbra, pero los niños sí se enferman y eso es muy delicado. Acá vienen y hacen controles pocas veces, esta semana cerraron uno y al otro día igual ya estaba abierta sacando más ladrillo”, lamenta la mujer.
A escasos dos kilómetros de allí, cerca de la vía de La Moda, vive en una de las nuevas unidades residenciales, Daniel, un pequeño de tan solo tres años a quien le cambiamos el nombre por solicitud de su madre. Daniel, desde que llegó a la vida habita en este sector sin imaginar que las chimeneas iban a complicar sus primeros años de vida.
“Cuando compramos el apartamento lo hicimos sobre planos y la constructora nos dijo que las chimeneas ya no funcionaban y que las iban a desmontar. Hoy siguen trabajando, botando un humo que es insoportable para todos, pero especialmente para los bebés. Mi hijo nació sanó, pero a los tres meses comenzaron los problemas, visitas a urgencias, hospitalizaciones y todo es por cuenta de la contaminación”, asegura su madre en diálogo con CIUDAD SUR.
Mientras la joven cuenta la historia, Daniel tose, aunque esto no le impide jugar pese a que no puede correr. “Al niño me lo tuvieron que entubar porque se me estaba muriendo, lo ingresaron a cuidados intensivos por 15 días por una bronquiolitis que le dio. Ni el papá ni yo fumamos, pero cuando le contamos a los médicos dónde vivíamos, de inmediato nos recomendaron cambiar de vivienda”, explica la madre en medio de la angustia.
Daniel depende del inhalador pese a su corta edad y posiblemente por el resto de su vida. Su familia enfrenta un dilema al ver al pequeño toser a diario, pero no tener los recursos para cambiar de vivienda. En noviembre de 2018, contamos en estas páginas la historia de Matías, un pequeño que soporta el humo de las chimeneas y en los últimos días, conocimos otros casos que dan cuenta de la problemática.
CONTROLES SIN SALIDA
Los niveles de concentración de partículas contaminantes aumentaron en el Valle de Aburrá en febrero, incluso tomó por sorpresa a las autoridades locales y ambientales, quienes esperaban que el primer episodio crítico por contaminación iniciar en marzo. Las estaciones de monitoreo de calidad del aire pasaron de amarillo a naranja y rojo, siendo la ubicada en Itagüí una de las de mayor índice de concentración de partículas PM 2.5, nocivas para la salud.
Las alcaldías tomaron la decisión de implementar el pico y placa ambiental para vehículos y motos, pero la comunidad de inmediato exigió controles a las industrias en todos los municipios. Tras estas visitas a las ladrilleras por parte de Corantioquia, identificaron que tres de estas no cumplían con los requerimientos de funcionamiento, ni permisos de suelo ni las normas ambientales.
“En las visitas de control y seguimiento se viene verificando el cumplimiento a la normatividad ambiental como permisos de uso de suelos, el manejo y disposición de residuos ordinarios y peligrosos, el cálculo de las alturas de los ductos, tanto del horno de secado, como del horno pampa, como también, de la evaluación de emisiones atmosféricas, entre otras”, explicó Sebastián Zuleta Zea, secretario de Medio Ambiente de Itagüí.
Por su parte desde Corantioquia aseguran que además de los controles, realizan acompañamiento al sector para disminuir la contaminación sin afectar la economía de las familias que dependen de estas empresas.
“No queremos estigmatizar este importante sector económico porque muchos han tecnificado sus procesos industriales y ya trabajan con gas para cumplir con los requisitos legales. Pero hay otras empresas más artesanales que sí generan contaminación y a los que se les ha suspendido sus actividades por no cumplir con las normas hasta que hagan los ajustes necesarios”, indicó Ana Ligia Mora, directora de la Corporación ambiental.
Se espera que la contingencia ambiental finalice en abril, pero los habitantes del corregimiento de Itagüí claman por soluciones definitivas a la permanente emisión de contaminantes con los que están condenados a vivir diariamente.