Eduardo Galeano, el (otro) descubridor de América
Triste pero esperanzado. Irreverente pero eficaz. Sucinto y prolijo. Sensible pero racional. Hombre de la palabra y palabra hecha hombre. Eso (y otras cosas) fue el escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano, muerto a la temprana edad de 74 años (porque este continente lo necesitaba muchas décadas más) y cuya partida se llora en grafitis de Sao Paulo, en periódicos bonaerenses, en poemas en La Paz, en recitativos en Bogotá, en canciones en La Habana, en fin, en todos los rincones de este mundo que descubrió.
De cuenta de sus relatos, a veces extensos, casi siempre cortos pero contundentes, apareció descubierta una América Latina que solo cada cual conocía en su parcela: Galeano nos ayudó –y lo logró- a vernos en nuestras miserias y riquezas, en nuestras alegrías y tristezas, en la esperanza y en la muerte, tantas veces vividas. Por eso es un (otro) descubridor de América.
De su temprana carrera periodística y sus exilios, huyendo de la dictadura militar en su país y luego de la argentina, ya se ha dicho bastante. Que fue jefe de redacción, ilustrador, caricaturista y director de medios, en plena juventud y que debió irse al exilio español. Hubiera sido un exiliado más (lo cual ya no es poco) sino es por el hecho de que desde su adolescencia firmó un compromiso con la vista y la sensibilidad por los pueblos de este lado del mundo.
Publica lo que él mismo llamó, años después, un texto inmaduro, «Las venas abiertas de América Latina», un compendio de quejas y denuncias sobre los atropellos y abusos de las compañías multinacionales y los gobiernos de derecha en América Latina, el cual, en pocos años, se volvió un clásico de la literatura militante de la izquierda en este lado del mundo y una referencia obligada en casi cualquier discusión. A pesar de los errores y las imprecisiones.
En los años 80 publicó un tríptico que fluctúa entre la crónica, la poesía y la reconstrucción histórica: «Las memorias del fuego», de nuevo otro recorrido por todos los rincones de América Latina buscando las palabras, los signos y los símbolos que dicen las culturas latinoamericanas. Otra vez el continente visto de arriba a abajo, sus miserias y esperanzas, sus alegrías y sus dolores. Por el mundo de sus relatos pasan viejos jefes de naciones indígenas, poetas de la calle, niños de escuela (y sin escuela), mujeres que encienden los fuegos eternos y la utopía juvenil que nunca dejó de alentar.
La literatura de ficción también hizo parte de la obra de Galeano que, a través de «La canción de nosotros» (1975) explora los controvertidos años de la lucha armada en América Latina, y en 1978 «Días y noches de amor y de guerra», una crónica testimonial, pero novelada, de los años de las dictaduras militares en el sur del continente.
Ya pasados los años 80, publicará nuevos textos («El libro de los abrazos», 1989; «Nosotros decimos no», 1989; «Las palabras andantes», 1993; Las aventuras de los jóvenes dioses (1998), «Patas arriba. La escuela del mundo al revés » (1999); «Bocas del tiempo» (2004); y «Espejos. Una historia casi universal» (2008).
La escritura de Galeano incluyó constantes referencias al tema del fútbol, una de sus pasiones. El libro «Fútbol a sol y sombra» es una crónica crítica de la evolución del fútbol en poco más de cien años en donde siempre exalta la excelsitud del juego: los que saben jugar fútbol.
La escritura de Eduardo Galeano nunca presumió de ser objetiva ni imparcial. Al contrario: de manera frontal y abierta tomó partido por los pobres y desheredados, por las mujeres perseguidas y los obreros sin trabajo, por los niños abandonados y las almas olvidadas, por la vida humana que no hace parte del show mediático ni de las luces del éxito y la fortuna. Por eso, millones de latinoamericanos, descubiertos por Galeano, vivirán para siempre.
Octavio Gómez V.
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