Crónica de viaje sobre el río Medellín
En los bajos del puente de la 4 sur había una romería poco usual. Los botes, kayak e inflables flotando sobre el río Medellín llamaban la atención de los deportistas que interrumpían su rutina dominical en el ciclovía de la Autopista. La razón: un grupo de arriesgados decidieron navegar el río contaminado para exigir su recuperación.
Botas, camisa manga larga e incluso guantes; así trataban de cubrirse el cuerpo algunos de los participantes de “Salvemos el río”. A otros, en cambio, solo les importaba experimentar cómo sería navegar el cauce negro del río Medellín-Aburrá. Al llegar a la orilla, todos trataban de evitar el contacto con el agua, no querían contagiarse de cualquier enfermedad desconocida o que su cuerpo mutara a causa de las bacterias que allí reposan.
Las risas y burlas no se hicieron esperar, pero al final, una a una salían las pequeñas embarcaciones con los inexpertos y los kayak e infladores con los más experimentados. Aunque en toda regla hay una excepción. Llegar tarde me dejó sin puesto en los botes y la única opción que quedaba era un kayak de dos personas. -¿Sabes navegar?- preguntaron, mi reacción fue decir sí o de lo contrario me bajaban del botepaseo, mientas mi compañero de viaje parecía disfrutar de mi cara de pánico.
Fuimos los últimos en abordar y como era previsible, me monté al revés y aunque me repetían cómo debía sentarme, el olor ya hacía de las suyas. Si persistía en seguir con la idea podía morir ahogado o por una infección, pero si me arrepentía me perdería de una de las experiencias más extremas de la vida en solos cinco kilómetros de recorrido.
El río tiene cerca de cien kilómetros desde su nacimiento en el Alto de San Miguel en Caldas hasta su desembocadura en el río Porce. En esa reserva del sur de 1622 hectáreas y que fue declarada hace poco como área de reserva forestal protegida por Corantioquia, las aguas son cristalinas y contienen 12 miligramos de oxígeno disuelto por litro. Es un paraíso único en el Valle de Aburrá.
Pero ese regalo de la madre naturaleza solo perdura en tres kilómetros. Allí el hombre comienza a hacer de las suyas, echando sus aguas residuales al cauce, lavando sus vehículos y convirtiendo el río en la mejor opción para deshacerse de sus desperdicios industriales. La vida en las aguas del río va desapareciendo con cada kilómetro recorrido y en Sabaneta la cantidad de oxígeno por litro se reduce a siete miligramos y en Envigado ya solo son cinco.
A escasos metros del punto de partida, en La Ayurá, sobresalen dos huevos grises a dónde llegan las aguas residuales de gran parte del sur del Valle de Aburrá para ser tratadas y devolverlas al río. Pero esa tarea está incompleta porque aún no hay cobertura total en la red de alcantarillado y apenas EPM comienza a trabajar en el proyecto del Interceptor Sur que recogerá las aguas de La Estrella y Caldas, dónde aumentó el asentamiento de personas y de industrias textiles, para llevarlas a la Planta de San Fernando.
El recorrido
Comenzamos a remar y las primeras rocas interrumpían el viaje. Mi compañero parecía no entender que debíamos evitar caer al agua y su interés solo estaba en dejar que la corriente nos llevara al destino final: La Macarena.
A pocos metros, cerca de la estación El Poblado llegó lo inevitable, una serie de rocas impidieron nuestro paso y la corriente volcaba poco a poco el kayak, y aunque lo pensé varios segundos, me bajé, mis pies tocaron el agua y empujamos la embarcación para continuar el recorrido. Era eso o tener que nadar.
Poco a poco iban apareciendo las desembocaduras de quebradas y alcantarillados empresariales. Las colchonetas, muebles, balones, botellas, bolsas de basura y todo tipo de desperdicio se convertían en parte del río. Los gallinazos posaban en algunas de esas rocas a la espera de cualquier comida, pero mi temor era que hallaran alguno de los muertos que las bandas criminales arrojan, porque el río también se convirtió en fosa para los violentos.
Entre 1940 y 1960 se canalizó el río Medellín Aburrá entre Sabaneta y Bello y su cauce irregular quedó en línea recta convirtiéndolo en el receptor de 200 afluentes y 352 quebradas. “Fue el peor error que cometieron porque eso aceleró su contaminación”, dijo Guillermo Rojo, organizador del paseo.
La espuma y el olor a mierda cada vez eran más fuertes. El pánico con cada roca que nos obligaba a descender del kayak se desvanecía con solo pensar en las infecciones que ocasionaría un volcamiento. Tragar agua del río Medellín no estaba entre mis planes. El número de curiosos a lo largo de trayecto aplaudían a los más de 60 participantes. Gritaban “gracias” y tomaban fotos y videos.
El último tramo del recorrido entre el puente de Guayaquil y la plaza de toros fue el más difícil. Allí no habían corrientes fuertes ni descensos, allí la contaminación del río es tal que la cantidad de oxígeno es cero. Había que remar para llegar pronto, pero mi atención se centraba en los cambuches de algunos habitantes de calle bajo los puentes o incluso en las desembocaduras de aguas negras. Ellos, los ignorados, lavaban su ropa e incluso se bañaban en el río para remover la mugre. Sí, remover su mugre con el desperdicio del resto de la ciudad.
En la Macarena varias embarcaciones llegamos al tiempo, nos chocamos y mi compañero, “el experto”, cayó de cuerpo completo al agua. Lo miré con terror, no me quería imaginar la sensación de tener esa agua putrefacta en mi boca, nariz y ojos. De inmediato salí pero en el intento, el agua me arrebató uno de mis teni y aunque traté de salvarlo, fue imposible. Un desperdicio más, aunque nuevo, para el río.
Como pude llegué a la Autopista, atrás quedó el río y mi único interés en ese momento era bañarme para eliminar cualquier riesgo de infección. La vida en el río es escasa por no decir nula, pese a los intentos de las autoridades ambientales en los últimos años. La esperanza ahora es que con la planta de tratamiento en Bello, EPM logre llevar las aguas negras de Medellín y el norte del Valle de Aburrá, de decir, el 75% del total de las aguas residuales del área metropolitana.
El Medellín Aburrá recibe los desperdicios de más de tres millones de habitantes, de 500 industrias y 800 establecimientos comerciales. El Área Metropolitana y Corantioquia ya han sancionado varias empresas por vertimientos colorantes y tóxicos al río, pero falta más.
Falta que en los barrios no boten escombros, basuras ni sus muebles viejos a las quebradas. Falta que los empresarios implementen sistemas adecuados para el manejo de sus aguas industriales. Falta que el sistema de acueducto y alcantarillado tenga una cobertura total en los diez municipios del Valle de Aburrá. Falta, falta mucho para lograr que el río, el río de todos tenga la vida que le arrebatamos y la que se merece.
Alejandro Calle Cardona
periodicociudadsur@gmail.com