La pandemia del coronavirus ha llevado al cierre del 60% de los bares ubicados entre los parques Obrero y Brasil de Itagüí. Aunque el son cubano y el rock en español no suena por estos días, la Bodeguita del Medio promete resistir para conservar la lucha y rebeldía, la misma que le dieron vida hace más de veinte años.
POR: ALEJANDRO CALLE CARDONA
Adentro las sillas están arrumadas encimas de las mesas. Por primera vez, desde 1998, Juan Fernando Duque y sus colaboradores no las levantan todos los días sobre el parque Obrero a donde llegaban los primero tinteros fielmente a leer el periódico o enterarse de las últimas noticias por boca propia de quienes las generaban. Porque allí, también llegaban a diario los dueños de la comidilla política.
Al son del jazz y el blues pasaban las primeras horas del día hasta que el Covid 19 llegó al Valle de Aburrá y obligó a todos los bares cerrar sus puertas el 13 de marzo. Han pasado cien días de aislamiento, entre obligatorio e inteligente, y el gobierno Nacional aún no autoriza la apertura de estos lugares.
El parque Obrero es el epicentro de la fiesta alternativa de Itagüí. El rock y la disidencia han sido el motor de cada noche de cervezas y conversaciones. Pero todo cambió. La crisis económica ha provocado de bares emblemáticos como Barba Roja, La Tertulia, Osiris y La Antigua, o de otros que, con menor vida, ya eran reconocidos como Covadonga, La Chula, Chapiros y En la Cera bar.
Pero la Bodeguita del Medio se resiste a morir. El 28 de abril Juan Fernando decidió abrir la reja de la barra para vender tinto y acompañar tal vez un cigarrillo, pero sobre todo conversar con sus asiduos clientes y alimentar un poco el alma de un parque que perdió su vida por cuenta de la pandemia.
Desde 1998 esta bodeguita se convirtió en una de las esquinas más concurridas del Parque Obrero en Itagüí. A diferencia de la bodeguita de La Habana en Cuba, sin proponérselo se volvió en la sede oficial de las tertulias políticas y allí, dicen algunos, se define el alcalde cada cuatro años. En este lugar también nació la pereza y un completo centro cultural que, a través de la pintura, el cine, la música y un exquisito café de origen ha enamorado a cientos de habitantes del sur del Valle de Aburrá, que de lunes a domingo la visitan.
“Esta es diferente a la de Cuba, su nombre no es por una ubicación geográfica a la mitad de una calle, sino que hago una alusión a lo que significa este parque, un lugar donde se libran unas gestas de tipo ideológico obrero”, explica Juan, quien recuerda que en este lugar funcionaba el bar Solaris, el cual compró por 600 mil pesos, un proyector y el pago de algunas deudas en las que no estaba al día su anterior propietario.
Los libros en vitrinas que se hacen visibles desde la entrada, en la barra y en una biblioteca al fondo del bar, las obras de arte que semana a semana se renuevan y su música que varía de acuerdo con el público, día y celebración, se mezclan creando un lugar acogedor y bohemio por el que también pasan jóvenes, adultos, despechados, soñadores, escritores, actores y políticos, quienes mientras beben un café de las montañas de Ebéjico o una cerveza, arreglan el mundo desde sus tertulias.
Antes de que llegara la pandemia más de tres mil personas pasaban diariamente por el Parque Obrero “y en semana muchas se quedan tomando tintico, leyendo, escuchando música clásica o social. El fin de semana es más la cerveza, música en vivo, rock, son cubano, tango…”, dice Juan.
Los días pasaron y el tradicional bar permanecía con las rejas abajo y el Obrero en completo silencio. “Parecería mentira verla cerrada. Con la Bodeguita cerrada, el parque es casi muerto”, comenta.
Pero la soledad no solo se siente adentro del bar o en las bancas de cemento del Obrero, también en la falta de apoyo por parte del Gobierno Nacional y los locales. “El coronavirus nos ha servido para darle valor a las cosas, ser más fuertes porque no hay un acompañamiento institucional. El Estado brinda ayudas para hacerlas inalcanzables, son con intermediarios financieros y solo para las pymes por eso ya muchos han quebrado”, asegura Juan, quien lamenta que el 70% de los bares de esta zona ya no existan.
Al comienzo de la cuarentena el panorama era más que adverso. El Gobierno Nacional aseguró que los bares y discotecas serían el último sector en reabrir en 12 o 18 meses. Luego se abrió una pequeña esperanza para que redujera ese tiempo a seis meses, aunque la curva de contagio se aceleró en las últimas semanas, al punto de que ni si quiera los restaurantes han sido habilitados para reactivarse.
Juan espera el visto bueno para recibir nuevamente sus clientes, aunque en menor cantidad. “Será raro ver la gente tomar café sola, el café es para socializar, pero esperemos que la gente acepte los dos metros de distancia”, advierte Juan, mientras abre la vieja caja registradora tras cobrar el valor de tintos.
El dinero no abunda, pero eso no parece ser suficiente para que este emblemático bar deje de existir. “Como sea tenemos que resistir, el Obrero necesita de la Bodeguita y por eso no la puedo dejar morir. Es un compromiso conmigo mismo y con la cultura del municipio”. El blues suena a bajo volumen. El pequeño recinto permanece con las luces apagadas y solo un par de lámparas alumbran la barra y los libros de la biblioteca.
El rock de Cerati o Los Ilegales, el son de Compay Segundo o la protesta de Silvio Rodríguez o Calle 13. Todos esos sonidos permanecen guardados a la espera de que un día cercano, la nueva normalidad permita que La Bodeguita y El Obrero recobren su vida.