Fútbol: guerra, civilización y barbarie
No siempre el fútbol es un fiesta: una vez, en 1942, fue una extensión de los campos de batalla. Sucedió en la Ucrania que hoy vuelve a padecer la guerra. Esta es una historia de dignidad y espíritu deportivo. Un recuerdo a propósito del Mundial de Brasil.
POR OCTAVIO GÓMEZ | 21 NOVIEMBRE 2022
Football Club Start fue el nombre que eligieron ocho ex jugadores del Dínamo y de tres del Lokomotiv Kiev, para enfrentar, en el verano de 1942, a los equipos de fútbol formados por soldados de los ejércitos alemanes nazis invasores de Ucrania.
Los invasores –que habían llegado en una campaña relámpago en 1940, pero se habían quedado administrado una lenta y costosa derrota- buscaban a través del fútbol, ya el deporte más popular en la Europa de los años de la II Guerra Mundial, demostrar una vez más la pregonada superioridad racial que su líder, Adolf Hitler, no cesaba de declarar y que la poderosa propaganda nazi repetía por todos los rincones de Europa.
Dignidad y hambre
Los muchachos del Start eran refugiados de la guerra en su propio país y, según lo recuerda el suplemento Planeta Redondo, del diario El Clarín, de Buenos Aires (11 de agosto de 2011), tenían hambre. La investigación recuerda que se habían organizado en la panadería de Iosif Kordik y el equipo lo integraron el viejo portero del Dínamo, Nikolai Trusevich; y sus compañeros de campo Mikhail Putistin, Ivan Kuzmenko, Makar Goncharenko, Mikhail Svyridovskiy, Fedir Tyutchev, Mykola Korotkykh y Oleksiy Klimenko, a los que se sumaron los jugadores del Lokomotiv Kiev, Vladimir Balakin, Mikhail Melnyk y Vasil Sukharev.
Con los estómagos vacíos pero la dignidad intacta, entraron a los campos de juego donde deberían, en el papel y en la minuta de los comandantes alemanes, perder uno tras otro los juegos programados. Pero, entre junio y julio de 1942, 72 años ha, vencieron a seis equipos de igual número de guarniciones y todos por goleada (en la época se alineaban cinco delanteros, tres volantes y dos defensas, con lo cual eran normales los marcadores «abultados»).
El fútbol, que había nacido en los campos deportivos del colegio de Eton, en Inglaterra, como una manera de elevar la caballerosidad de los jóvenes mediante la competencia limpia a través del uso de las reglas, se había convertido en los campos de batalla de Europa oriental en otra forma de la guerra. Pero los muchachos del Start resistían haciendo lo que se espera de todo club de fútbol: ganar.
El juego central, sin embargo, no había sucedido y se programó para el 6 de agosto de ese año y el Start debería enfrentar al once de la Fuerza Aérea Alemana –Luftwaffe- destacada en el frente soviético. La advertencia era clara: debían perder, bajo la amenaza de que si intentaban superar a sus contendores, los esperaba el patíbulo.
A pesar de las amenzas, ganaron 5-3. Los vencidos programaron una revancha e incluyeron al juez central. Volvieron a ganar y un tercer juego, esta vez contra otro equipo formado por milicias de tierra, terminó con un contundente 8-0 a favor de los invadidos.
La Gestapo (la policía politica alemana) organizó una operación para retener al once invicto: el Start, uno a uno, fue enviado a campos de concentración donde fueron asesinados (incluso, la leyenda dice que el golero, Trusevich, murió con su buzo puesto). Ningun sobrevivió para contar la osadía de derrotar a los equipos militares alemanes.
Habían sido acusados de pertenecer a las redes de policía política de Stalin, con lo cual su condena automática era la muerte. La civilización que les había dado la contienda deportiva, había terminado en la barbarie de la guerra.
La historia de los héros de Kiev fue llevada al cine de Hollywood pero en una versión almibarada y protagonizada por soldados aliados en un filme largo, aunque bien hecho, que en Colombia se conoció como Escape a la victoria (1981) y que protagonizaron Michael Cain, Sylvester Stallone y Max von Sydow y con la presencia de las entonces estrellas del fútbol mundial Pelé, el argentino Oswaldo Ardiles, el belga Paul Van Himst, el inglés Bobby Moore y el polaco Kazimierz Deyna. Como era una historia de Hollywood, aquí todos terminaban a salvo…
El fútbol había nacido con la intención, escolar y muy inglesa del siglo XIX, de domesticar la forma de resolver las diferencias: que lo hiciéramos usando reglas, tiempos, espacios y colores definidos; que se celebrara la inteligencia, la habilidad y la destreza física y que, al final, pasara lo que pasara, vencedores y vencidos terminaran en un saludo, en un abrazo, de fraternidad. Pero, a veces, la historia del fútbol no ha terminado en fraternidad sino en fratricidio.
Octavio Gómez Velázquez
Fotos: Web