Formalización y violencia: el viaje más duro de los chiveros de Itagüí


Alejandro Calle Cardona

Crónicas y reportajes / julio 1, 2020

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Al menos 45 conductores prestan servicios de transporte en este medio tradicional que nació hace medio siglo en el corregimiento El Manzanillo y que beneficia a cuatro barrios de Itagüí. Las bandas criminales, la informalidad y la pandemia son algunos de los problemas que hoy afronta el gremio. Esta es la historia a bordo de un chivero.

JUNIO 30 de 2020 | POR: ALEJANDRO CALLE CARDONA

Mario Alberto es el último de la fila, delante de él hay otros nueve carros que son empujados lentamente por sus conductores o, en el mejor de los casos, por sus propios dueños. El de Mario no pesa tanto, es un pequeño Chevrolet Spark que compró hace un año para reemplazar el viejo Renault 9 con el que trabajó más de dos décadas subiendo gente hasta El Pedregal o bajándola hasta el centro de Itagüí.

Antes de llegar a la punta de la fila, se acerca un camión. El conductor saca la cabeza, le pega un grito y le extiende una bolsa llena de arepas y tortas de chócolo, le entrega un billete de cinco mil pesos y le pide que le lleve el encargo a su hija que vive en una de las últimas casas loma arriba.

Él no duda en tomar el pedido, porque también se hacen domicilios y acarreos, lo que se atraviese para hacerse el día y ajustar el dinero que divide entre el mercado, la cuota del carro nuevo y ‘sus cosas’, si es que sobra. “Móntese pela’o que vamos para arriba”, dice. Enciende el motor y se sale de la fila, hace la “u” antes de iniciar el puente y deja atrás a sus colegas y a la fila de pasajeros que aumentaba, como ocurre todos los sábados en la mañana.

Mario Alberto Uribe creció en el barrio El Rosario. Cuando era niño estudiaba en la escuela Juan Echeverri y esperaba a que pasara un pequeño Jeep para correr y colgarse sin pagar el pasaje y así atravesar la trocha e ir a clase. “La gente se colgaba de todas partes, era el transporte por acá y vea, ahora soy uno de ellos”, relató mientras iniciaba el recorrido de tres kilómetros por la estrecha vía que va desde la antigua fábrica de Curtimbres hasta El Pedregal.

Pasaron los años. El barrio y él crecieron. Las casas fueron aumentando y con ellas los pobladores, por eso fue necesario ampliar la flota. Terminando la década de 1980 consiguió su primer carro, una camioneta Ford modelo 1960 color verde, y recibió una propuesta a la que no se pudo negar: “me dijeron que si quería trabajar con ellos y dije que sí. Entre los conductores estaba don Jaime, que llevaba 22 años como chivero y antes que él, otro señor que había empezado cinco años antes”, recordó Mario.

Los otros dos carros que servían como transporte eran una Mercury modelo 1967 y una camioneta Ford 1978. Desde aquel entonces han pasado 30 años de ires y venires. Don Mario ha tenido tres carros que han servido como colectivo, taxi, acarreos y hasta de ambulancia. Y hoy es el más veterano de los 45 chiveros, quienes se convirtieron en el medio de transporte de los barrios El Pedregal, El Rosario, El Progreso y Calatrava.

“Los chiveros han ayudado a edificar la comunidad, han ayudado a las personas. Es un trabajo eficaz, necesario y tradicional en el corregimiento”, asegura Gustavo Campos, habitante y líder cultural de El Pedregal.

TRADICIÓN FAMILIAR

Juan Diego Arboleda lleva ocho años en el oficio y es uno de los conductores más jóvenes del grupo. Le heredó la tradición a su padre que lleva tres décadas como chivero, pero que por cuenta de la pandemia no ha podido trabajar desde hace tres meses. “Mi papá tiene 70 años, con esto hemos llevado la comida a la casa, pero hoy soy el único que puede trabajar, porque el coronavirus tiene afectado a más de uno. La mayoría depende de trabajar los carros”, dijo.

Porta una Camisa azul clara con el logo bordado de “Itagüí Tour”, descarga su brazo tatuado en la ventanilla y con la mano derecha se acomoda el tapaboca antes de que se suba el primer pasajero que solo paga 1.500 pesos. El alistador abre la puerta del copiloto, le echa unas gotas de gel antibacterial en las manos y le cierra la puerta. En la parte de atrás solo acomoda dos personas y deja el asiento del medio libre para cuidar la distancia, protocolos que implementaron por cuenta del coronavirus.

¿Pero qué es Itagüí Tour? “Es la cooperativa que creamos el año pasado, está constituida en la Cámara de Comercio porque nos pidieron eso como requisito para poder formalizarnos, pero hasta ahora no ha pasado nada. Solo nos mandan los guardas de Tránsito y la Policía”, asegura con algo de malestar.

Son las diez de la mañana y los pasajeros van llegando poco a poco. Mientras los demás chiveros esperan su turno, comentan el operativo que hicieron las autoridades el día anterior. “Acá llegaron la policía y el Ejército como si fuéramos delincuentes. No estamos haciendo nada ilegal, estamos prestando un servicio público”, comentó uno de ellos.

La formalización ha sido a ruta más difícil para estos conductores. Aseguran que en época de elecciones todos los candidatos les prometen que por fin se convertirán en una empresa, pero al llegar a la Alcaldía, nada se cumple.

“El año pasado tuvimos una reunión con el alcalde, cuando era candidato, para pedirle un aval para trabajar y nos dijo que si lo apoyábamos, lo íbamos a tener. Pero hoy no hemos tenido acercamiento con el alcalde, tuvimos que hacer un derecho de petición”, explicó don Mario.

DE REGRESO

El viaje termina cerca de la improvisada terminal de buses. Es un pequeño planchón donde cabe un solo bus frente a la escuela. Pero si el pasajero necesita subir hasta ‘La Montaña Que Piensa’ o ‘El Cacique’, el chivero lo arrima por 5.000 pesos adicionales.

Llegamos hasta la copa de la montaña o bueno, hasta donde lo permite la vía pavimentada. Desde allí se ve todo Itagüí y del otro lado, Medellín. En este punto solo hay dos casas y, por obvias razones, no llega ninguna ruta de buses, solo los chiveros transportan los escasos habitantes y visitantes que suben hasta allí para despejar la mente.

La ruta de este transporte informal, que fue declarado patrimonio de la comunidad por el alcalde de turno iniciando la década del 2000, inicia a las 3:30 de la madrugada y termina luego de la media noche. Son casi 24 horas de servicio de transporte -y hasta de ambulancia- en un sector que ha sido golpeado por la violencia y la inseguridad.

“El servicio es muy bueno porque el Solobus es muy lento, nos toca quedarnos mucho tiempo esperando. Pasa cada 30 minutos y cuando llega, ya está con el cupo completo. Deben seguir dejando trabajar a los chiveros o sino que aumenten los buses porque por acá vive mucha gente”, comentó Luisa Villa, tras bajarse de uno de los carros.

Todos los transportadores coinciden en que trabajan tranquilos, pese a que, al otro lado del corregimiento, los grupos delincuenciales azotan a sus colegas con extorsiones y ya han sido asesinados dos de ellos. “Nosotros trabajamos tranquilos por este lado, sin extorsiones ni intimidaciones”, coinciden Juan Diego y Mario.

La música ranchera acompaña el viaje de regreso, el freno va a tope para que el carro no gane mucha velocidad y pueda eludir los carros estacionados en la estrecha vía o darle paso a los buses que suben por el camino. El transporte formal en este sector estuvo a cargo de la empresa Taxiger en la década de 1990 y ahora le corresponde a la empresa Solobus. Ninguna ha logrado que los chiveros desaparezcan y han convivido en un territorio que conserva su memoria de ruralidad.

CONTROL DE LAS AUTORIDADES

En diálogo con el alcalde José Fernando Escobar, aseguró que, si bien hay una intención de apoyar la formalización, el proceso depende de la aprobación del Ministerio de Transporte y del cumplimiento de otros requisitos. Aseguró que en los próximos días tendrá una reunión con representantes de los transportadores para definir una ruta de trabajo.

“Yo les dije en campaña que era necesario crear una cooperativa, pero es el Ministerio el que autoriza. Estamos haciendo control porque no todos están cumpliendo con las normas, encontramos seis vehículos con receptación, es decir con alteración de placas y partes que no corresponden. Eso no lo vamos a permitir”, indicó Escobar.

El alcalde aseguró que no se trata de una persecución contra ellos, sino contra los grupos delincuenciales que tratan de captar rentas ilegales gracias a la extorsión al transporte, pero también a quienes usan partes de carros robadas. “Estamos trabajando con el Gaula, el Ejército y la Policía, porque a muchos les cobran vacunas y tampoco vamos a permitir que las estructuras se financien con las extorsiones”, advirtió el mandatario.

En el último año han sido asesinados tres conductores de chiveros de la vereda El Ajizal, incluso un vehículo fue incinerado y baleado a comienzos de 2019 en este sector. “Ya hemos capturado a tres presuntos responsables de estos asesinatos, pero encontramos que la banda de Los Chivú está cobrando hasta 5 millones de pesos por cupo. Vamos a seguir con los operativos con los drones que funcionan en el Corregimiento para atacar estas estructuras”, manifestó Rafael Otálvaro, secretario de Seguridad de Itagüí.

EL ÚLTIMO VIAJE

La ruta completa tiene tres kilómetros. En un día con buena movilidad de pasajeros cada uno de los chiveros puede hacer hasta 15 viajes, siempre y cuando las autoridades de tránsito no hagan operativos.

Don Mario me deja en la esquina, justo cuando termina la loma de El Rosario, frente a un reconocido supermercado y al lote donde ya tendría que estar funcionando una estación de Metroplús. Él se percata que hay una patrulla de la Secretaría de Movilidad estacionada y dos agentes con sus radioteléfonos. Ninguno de sus compañeros está parqueado y decide seguir de largo.

Una fila de pasajeros aguarda. Todos miran de reojo en varias direcciones sin saber si podrán tomar un carro para sus casas o tendrán que caminar unas cuadras más para tomar un bus. El alcalde José Fernando Escobar explicó que se ha reunido con las empresas de transporte para “organizar rutas y frecuencias, pero esto depende de los estudios del Área Metropolitana”.

Mientras se amplían las rutas o se formalizan los chiveros, don Mario continuará su ruta, la misma que recorre desde hace 30 años, cuando tomó por primera vez su carro para convertirse en el conductor de todos. “Hoy solo le estamos pidiendo a Dios que no nos quiten el trabajo”, suplicó mientras miraba por el retrovisor.


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