En tiempos en que los estadios mundialistas se modernizan con lo más refinado del lujo, el diseño y la ingeniería, se hace presente el recuerdo, la mística, y el valor futbolístico que posee el estadio Azteca para los futboleros. Sin duda, el inmueble deportivo más importante en la historia de la Copa Mundo, como lo confirmó la encuesta realizada por la Fifa en el 2008.
Mucho dinero, mucho lujo, y derroche, pero poca historia. Cada mundial que viene trae estructuras modernistas, y obras arquitectónicas dignas de admirar. Así lo fue desde USA 94, y no ha parado desde entonces.
La cubierta movediza del estadio Pontiac Silverdome, las gradas retractiles del Stade de France, la grama que salía del estadio Domo de Saporo. Estadios que se asemejan a naves espaciales, conchas marinas, lirios de agua, como los que prepara Rusia; o los inspirados en dunas del desierto, en barcas de pescadores, y los desmontables que tendrá Catar en el 2022.
Cada cita orbital es un reto económico para el país anfitrión, que se ve obligado a llamar la atención con estas mega obras, ni que decir el reto que significa para ingenieros y arquitectos satisfacer los caprichos en diseños de altos mandatarios locales, y los miembros de la Fifa.
Estadios muy bonitos, modernos, y llamativos, pero superficiales, fríos, carentes de vivencias y representatividad. Nada que envidiarle a un Centenario, al Maracaná, a Wembley, Santiago Bernabéu, y al Olímpico de Roma. Y estos mismos lejos del valor que tiene el estadio Azteca para la historia de la Copa del Mundo.
Ahora los inmuebles deportivos se valoran más por el lujo y el confort, no está de más recordar que para los futboleros lo ocurrido en el Azteca no tiene parangón, y es envidiable por cualquiera.
Sí, el Maracaná podrá tener su “Maracanazo”, el Centenario pudo albergar la primera final de la Copa Mundo, Wembley tendrá casi 100 años ofreciendo fútbol, además de la polémica final de 1966 entre Ingleses y alemanes, pero ni así han vivido lo del gigante mexicano.
A la hora de nombrar hitos mundialistas los manitos sacan ventaja. Se llevan el primer lugar, sacan pecho, y tienen con qué.
Los mejores pasajes en el Azteca
Lo más esperado por el amante a este deporte es que empiece la Copa Mundo. Son cuatro años de espera, y ese día feliz llega con la apertura del torneo. El Azteca fue testigo de ese reencuentro con la alegría en 1970 y 1986. En el primero, México y Unión Soviética igualaron sin goles; en el segundo, Italia, campeón reinante, empató 1-1 con Bulgaria.
Por ahora, todo normal, lindo recuerdo, pero ese gusto también lo tuvieron otros. El gusto que tal vez no se dieron fue el de ver la valentía, la garra, el amor propio de Franz Beckembauer. El alemán, considerado el mejor defensor de la época, jugó gran parte de un partido con el hombro dislocado, fuera de su eje, y amarrado con un cabestrillo.
Al “Káiser” no le importó el dolor. No lloró, no se quejó, no se lamentó que no hubiera más cambios. No quiso dejar a sus compañeros abandonados peleando una batalla sin su líder. Una batalla en semifinales (1970) que terminó 4-3 a favor de los italianos, y que fue catalogada por la crónica deportiva como “El Partido del Siglo”.
El que vio ese encuentro quedó extasiado por mucho tiempo. No todos los días se ven siete goles en un juego, menos en una semifinal, y con la calidad deportiva, y atlética que dos potencias de este calibre exhibían.
Fue tan memorable aquel encuentro que en el Azteca hay una placa en relación a ese compromiso. Un juego que empezaron ganando los italianos (Boninsegna), y que empataron los alemanes 1-1 (Schnellinger), en el último minuto. Vino el tiempo extra, la lucha por aguantar y resistir, por anotar y no dejar que el rival lo hiciera. Todo fue en vano, hubo lluvia de goles.
Los germanos se fueron arriba 1-2 con tanto de Gerd Muller (94’), pero la dicha duró poco y los italianos igualaron a dos mediante acción de Tarcisio Burgnich (98’). Los tanos siguieron de largo y se fueron parcialmente ganadores 3-2, con gol de Luigi Riva (104’).
Rostros sedientos, mentes agotadas, corazones a cien. La altura de la ciudad de México desgastó notoriamente a los jugadores de ambos elencos, que pese a eso no se guardaron nada y continuaron con la tarea de ganar y divertir al público.
Al minuto 110 Gerd Muller puso el 3-3, pero Gianni Rivera quiso cortar el drama. Ponerle fin al suspenso, al vértigo, al éxtasis, no prolongar más la angustia, y anotó el 4-3 para la “Azurra”, al minuto 104 dijo: ¡basta! No más, se acabó. Si quieren divertirse más, vayan a un cabaret. Es todo por hoy.
Del mejor juego al mejor gol
La diversión la trajo de nuevo Diego Armando Maradona. Apareció en los cuartos de final de 1986, con dos trucos fantásticos ante Inglaterra. El primero, digno del mejor ladrón, carterista o escapero de todos: un gol marcado con la mano, con “La Mano de Dios”. El segundo, una muestra resumida en ocho segundos de su talento y todo lo que dio en ese mundial: pisada, aceleración, amague, gambeta, velocidad, dribling, y gol.
Es que el Azteca se ha dado grandes suntuosidades. No cualquiera es testigo de la graduación de los mejores de la historia en su momento más estelar. Maradona, al ganar con su selección 3-2 a Alemania en la final de 1986, y Pelé, al derrotar con Brasil 4-1 a Italia, obtener el tercer mundial para su país y la Copa Jules Rimet para siempre. ¡Otro hito mundialista!
Esa selección brasilera que no olvidaron nunca los viejos, que honraron toda la vida, y de la que hicieron tradición oral. Un seleccionado considerado el mejor de todos, con: Jairzinho, Rivelino, Tostao, Gerson, Carlos Alberto, Paulo César, Everaldo, Clodoaldo, y el hombre de los 1.000 goles. Home, haga una pausa y aplauda.
Los mejores de la historia, el gol más bello, el partido inolvidable, la selección que no olvidará el corazón, dos finales vibrantes, 19 partidos mundialistas, y las jugadas más recordadas. Lo siento por ustedes, tendrán mucho rococó, oro, plata y baccarat, pero esa trascendencia y mística les hace falta.
Por: Jonny Sampedro
Fotos: Cortesía