Esta es la historia de Hernán Darío Herrera, un niño campesino de Caldas que soñó con convertirse en jugador, pese a las dificultades. Los tarros y piedras hicieron de balón y un potrero de cancha fue el inicio para uno de los jugadores más exquisitos del fútbol colombiano e ídolos de Atlético Nacional. Hoy es el nuevo campeón del fútbol colombiano.
POR ALEJANDRO CALLE CARDONA
Iniciaba la década de 1970 y el pequeño Hernán Darío vivía en una de las veredas de Caldas, su vida pasaba en medio del campo y los trabajos propios del campesino. No es gratuito su apodo, “el Arriero”. Pero Herrera no quería dedicar toda su vida a la agricultura ni a los animales, aunque hacen parte de su esencia.
Lo suyo era el fútbol. Desde pequeño, al salir de la escuela, llegaba al potrero en el sector de La Locería y jugaba con sus amigos con lo que encontrara, piedras, tarros, trapos, cualquier cosa que pudiera reemplazar el balón que por esos días era un elemento de lujo en medio de la pobreza.
Pero la suerte o mejor, el destino, cambió. La Selección Antioquia llegó a Caldas para jugar un partido amistoso y Hernán Darío deslumbró a todos a tal punto que lo convocaron para el zonal que se jugaría en Santa Marta la semana siguiente. El pequeño Arriero saldría por primera vez de su municipio y de paso conocería el mar. Todo un privilegio.
Solo pasaron unos meses para que Atlético Nacional se fijara en él. A los 15 años llegó a las divisiones menores pero allí solo duró ochos meses. Era 1975 cuando se puso la camiseta verde del equipo profesional e iba a ser dirigido por el argentino Oswaldo Juan Zubeldía, el técnico que iba a revolucionar el fútbol colombiano y que iniciaría con el camino glorioso del equipo antioqueño.
Ese año solo jugaría algunos minutos, pasó la mayoría de tiempo en la banca de suplentes esperando un turno para derrochar su talento, aunque tuvo la fortuna de salir campeón del torneo profesional. Al año siguiente sería titular y el país futbolero comenzaba a hablar de “El Arriero”, el nuevo crack colombiano.
“Gambeta larga, conducía la pelota pegado a su pie con cabeza levantada, excelente visión de juego, velocidad al servicio de la precisión, juego colectivo armónico, inteligencia y repentización a 200 kilómetros por hora, sociedades asombrosas con Castañeda, Palavecino, Candau, La Rosa, Sapuca y, especialmente, Cueto”, así enumera las cualidad de Hernán el sitio oficial de Atlético Nacional.
El Arriero se convirtió en uno de los símbolos de una época dorada en la que ganar y jugar bien eran un combo tan seductor como indestructible, muchos lo comparaban con figuras del fútbol mundial como el brasileño “Garrincha”, lo que además provocó que el equipo comenzara a hacer historia con su aporte significativo a selecciones Colombia.
El hijo de Angelópolis pero criado en Caldas, debutó el 5 de septiembre de 1979 con la Tricolor en el partido de Copa América contra Chile. Compartió equipo con Willington Ortiz y Diego Umaña, participó en la Copa América y en eliminatorias. Jugó 37 partidos entre 1979 hasta 1985 y anotó 10 goles.
La magia, el misterio, la naturaleza, la religión y la locura parecieron haber conspirado a favor de Hernán Darío. Su talento comenzó a llevar más fanáticos al estadio Atanasio Girardot. Era una locura. El comienzo de la década de 1980 le entregaba no solamente su segundo título en la historia Verde en 1981, sino también el honor de haber sido visitado por empresarios del Barcelona de España para llevárselo a uno de los poderosos de Europa. De esa magnitud era su sagacidad.
“El Arriero”, más maduro, más inteligente, el de 1983, era un 10 que no solo organizaba y distribuía, sino que también ejecutaba. La obra maestra junto a Cueto de los tres tacos seguidos para terminar con el balón en la red disparado por el guayo del colombiano, es uno de los mejores recuerdos que tiene el fútbol lírico antioqueño. De ese que poco se ve por estos días.
Ese año Atlético Nacional perdió el título por la lesión que sufriera Herrera de parte del Pitillo Valencia. Esa ausencia, generó aún más cariño hacia su figura. En 1985 se vistió de rojo, se puso la camiseta de América de Cali, paradójicamente el rival más fuerte de su amado equipo. Allí jugó hasta su retiro en 1992, ganó cuatro títulos colombianos en 1985, 1986, 1990 y 1990. Su mayor tristeza fue nunca haber levantado un título internacional, puesto que perdió las tres finales de la Copa Libertadores de 1985, 1986 y 1987.
Tras su retiro como jugador, anotando 73 goles, siguió metido en una cancha de fútbol. Se convirtió en entrenador y dirigió a varios equipos como Real Cartagena, Pasto, América y su amado Atlético Nacional, al que sacó campeón de la Copa Colombia en 2018, aunque no fue ratificado como técnico en propiedad y regresó a las divisiones juveniles del equipo.
Por cosas de la vida volvió al banquillo del primer equipo para reemplazar a Alejandro Restrepo y nuevamente en medio de una crisis por los resultados y el malestar de los hinchas. Partido a partido el equipo fue tomando forma, ganado partidos, clasificó a los cuadrangulares y jugando mucho mejor.
El Arriero, con su carácter, su sinceridad, sonrisa y locura se ganó una vez más el cariño de los jugadores y de los hinchas. Ganó el cuadrangular dejando en el camino a Junior y Millonarios, y en una final compleja ganó el título 17 de Liga al vencer al Tolima.
“Una vez hice un reclamo a un directivo de Nacional y me dijo que si no me gustaba en la Plaza Botero había mucha gente caminando. Lo que esa persona no sabía es que le estaba hablando al que se iba convertir en el técnico del fútbol colombiano”, dijo el profesor en la rueda de prensa tras el título.
DE POTRERO A CANCHA
Hernán Darío Herrera regresó a la cancha donde comenzó su sueño. Aunque esta vez el escenario había cambiado, ya no era ese potrero donde chutaba tarros sino una moderna cancha de grama sintética. La tradicional cancha de La Locería volvió a abrir sus puertas luego de varios meses de remodelación, retrasos y tristezas de los niños por no poder jugar.
En 2016 el entonces alcalde Carlos Durán remodeló la cancha donde juegan cerca de 70 equipos y los fines de semana se convierte en el pequeño Maracaná donde salen talentos que sueñan con repetir la historia de “El Arriero”.
“Estos barrios se merecían esta cancha. Aquí nos manteníamos jugando, con los equipos de Caldas, esto era un potrero y nacimos grandes jugadores, por eso es una alegría que ahora la gente tenga una cancha nueva y un orgullo que vaya a tener mi nombre luego de que con el profesor Luis Fernando Montoya lucháramos tanto por su renovación”, dijo feliz ese día el profesor.
Hoy los pequeños juegan en esa cancha, pero siete años después nunca se hizo oficial el nombre de cancha Hernán Darío Herrera.
Fotos Atlético Nacional