Medellín tiene unos cuatro mil habitantes de y en situación de calle. A pesar de los
múltiples programas de atención y resocialización, la mayoría, consumidos por las
drogas, optan por seguir recorriendo las ollas, quizá huyendo de una realidad que
prefieren no vivir.
FOTOS: HENRY AGUDELO
La Avenida de Greiff y la carrera Cúcuta, en pleno Centro de Medellín, tiene unos
quinientos habitantes de calle al mediodía. El calor hace que el olor a mugre se
levante y se mezcle con el de pavimento. De vez en cuando se suma el de la
marihuana, pero el que invade el aire de la cuadra donde están sentados,
acostados o en cuclillas en pleno vuelo, es el bazuco.
Es el humo que se tiene que respirar y que sale de las improvisadas pipas o de los
cigarrillos desarmados y rearmados con el polvillo que da una traba efímera. Atravesar este sector puede tardar unos diez minutos a pie o en carro, da lo mismo,
porque la muchedumbre desesperada por encontrar al mejor jíbaro no permite
tomar velocidad. Son escasos diez minutos de ansiedad y estado de alerta
máxima.
“Qué bonita es la vida”, parece gritar la camiseta de uno de ellos mientras esculca una de las canecas de basura pegadas a poste en pleno Centro de Medellín. El grito es para quien lo ve desde la otra acera y se sorprende por esa realidad, la otra realidad de una ciudad que pocos conocen y prefieren no hacerlo.