Dos hermanos envigadeños convirtieron su amor por el campo en una idea de negocio que encontró en la crisis del coronavirus la mejor oportunidad de crecimiento. Desde la vereda El Vallano lideran “Vitalma”, un proyecto colaborativo con cinco familias campesinas para llevar a los comensales alimentos limpios a un precio justo.
POR: JULIANA VÁSQUEZ POSADA
Con unas botas pantaneras y unos dreadlocks que le cuelgan hasta la parte baja de la espalda, así nos esperaba Sergio Andrés Areiza para darnos paso a través de un portón azul que sirve de acceso a las viviendas de cuatro familias. A la entrada de la suya reposa una guacamaya recuperada de cautiverio que nunca pudo aprender a volar y un aviso en el que se lee “si cuidamos la naturaleza, cuidamos de nosotros mismos”.
La cercana relación con su abuelo, quien tenía raíces campesinas del Suroeste antioqueño, hizo que “Checho”, como le dicen sus amigos, sintiera desde siempre un especial afecto por las plantas y una conexión única con la madre tierra. Por eso, a pesar de ser un envigadeño citadino, hace cuatro años dejó su apartamento que había convertido en una finca y decidió mudarse a una en la vereda El Vallano.
Su afinidad con los campesinos y familias de la zona fue inmediata. Poco a poco los lazos de vecindad se afianzaron y Sergio comenzó, gracias a su profesión de comunicador y publicista, a apoyarlos con la realización de videos y fotografías que daban cuenta de los procesos de cultivo y que servían para darles valor a sus productos.
“La gente no valora el trabajo del campesino y tenemos que empezar por dignificar su labor, porque de ellos depende que nosotros podamos alimentarnos”, dice mientras acaricia a uno de los cuatro gatos con los que comparte su casa.
La vida de “Checho” transcurría entre su trabajo como diseñador y líder social en la ciudad y como huertero aficionado en la vereda. Sus familiares y amigos cercanos sabían que visitarlo en su finca o recibir su visita en la ciudad significaba siempre la posibilidad de tener alimentos frescos, cosechados y llevados hasta su mesa al instante.
“Cada que iba donde mis papás, me pedían que les llevara lo que los campesinos tuvieran en cosecha y yo armaba mercados con lo que ellos tenían cosechado. Así fue como empecé a mirar con ellos -los campesinos- qué más podían sembrar para diversificar los productos y armar kits más completos”, relata Sergio para explicar cómo nació Vitalma.
Pero fue su hermano, Lucas Areiza, un administrador financiero de profesión, quien le dio viabilidad al proyecto de producción y comercialización de hortalizas orgánicas que terminó convertido en un proyecto en el que participan más de 20 personas de cinco familias de la zona.
La crisis económica del coronavirus no les fue ajena a estas familias, quienes vieron reducidos sus ingresos desde la primera etapa de aislamiento. A Sergio se lo ocurrió regar la voz entre sus conocidos para ofrecer unos paquetes de verduras con aquello que los campesinos pudieran tener disponible para el fin de semana. Y entonces en poco tiempo ya no fueron ni los 10 ni los 20 mercados que encargaban en su familia y círculo cercano.
Hoy Vitalma produce y comercializa unos 100 mercados semanales con una promesa de valor que pocos se dan el lujo de hacer: los productos llegan a la casa del cliente antes de cumplir las 24 horas de cosecha. ¡Más frescos imposible!
NEGOCIO COLABORATIVO
¿Cómo funciona? Sobre la empinada montaña, cada familia siembra y cosecha una variedad específica de hortalizas, Vitalma les compra la producción y se encarga de empacar, comercializar y distribuir los paquetes de mercados con al menos diez productos disponibles.
Y es un ejercicio gana – gana. Los consumidores adquieren alimentos a domicilio, incluso a menor precio que el que ofrecen las centrales de abastos o grandes superficies y de mucha más calidad al tratarse en su gran mayoría de productos orgánicos.
Los campesinos, por su parte, reciben una mejor retribución por sus productos al eliminar a los intermediarios, lo que mejora su calidad de vida y le da el verdadero valor a su trabajo que inicia al salir el sol y termina cuando este se esconde. También aprendieron a mejorar sus prácticas en los cultivos y a valorar su trabajo, porque el respeto empieza en casa.
“Lo más bonito de este proceso es que está basado en una relación de confianza, todo es muy transparente. Ellos saben en cuánto se venden los mercados de Vitalma y saben cómo se distribuye cada peso de esos 25 o 35mil pesos que paga la gente por sus productos”, agrega “Checho”, mientras señala montaña abajo dónde está ubicado uno de los cultivos en los que hoy se está sembrando tomate.
Pero la historia no termina aquí. Hace un año a Sergio le hicieron la oferta de su vida: los campesinos de la zona le propusieron hacerse a un terreno con unas condiciones de pago módicas para que él también pudiera sembrar sus productos, “yo soñaba con tener mi tierra por acá pero no lo veía posible. Ellos me abrieron las puertas, me acogieron como si fuera de la familia y ahora tenemos un sueño por el que trabajamos juntos”.
Ya con su pedazo de tierra, este amante de las matas se puso manos a la obra y decidió, junto con su hermano, postular una idea de negocio de cultivos hidropónicos a “Plantando Ceibas”, una convocatoria pública local de incentivos económicos para nuevos emprendimientos.
La buena noticia llegó en octubre pasado cuando su propuesta quedó seleccionada y el apoyo de la Alcaldía de Envigado se convirtió en el primer empujón para construir un cultivo en el que espera poder sembrar unas 12 mil plantas de variedades de hojas verdes, que también servirán para continuar diversificando la oferta de productos de Vitalma.
A Checho y a sus vecinos la cuarentena les cambió la vida para bien. Los ciudadanos cada vez demandan productos más limpios y frescos, responsables con los campesinos y con la tierra misma. “La cuarentena nos dio tiempo para nosotros mismos, nos volvió más consientes y nos llevó a preocuparnos por cosas que antes no eran tan relevantes y que hoy tienen todo el sentido, como la alimentación”, dijo.
Todos los días este publicista y sembrador empírico recorre los cultivos de lechuga, pepino, tomate, cebolla, ahuyama, plátano, coliflor. Un tapete de colores que le da vida a este pequeño rincón de Envigado y que le está devolviendo, poco a poco, el valor que siempre ha tenido el trabajo en la tierra.
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