Una vida en movimiento
El pintor caldeño Dorian Flórez Zuleta es reconocido en el mundo como el artista de las paternidades y las maternidades, y ha obtenido diversos premios por sus obras de pintura figurativa y surrealista. En la actualidad, es embajador para Colombia por la Mondial Art Academia de Francia. Desde su taller en Caldas, el maestro revela detalles de su historia de vida.
PUBLICADO 5 SEPTIEMBRE 2016
Por fuera parece una casa más de las que el progreso ha dejado en pie: sin letreros llamativos ni placas que denoten algún mérito, anónima entre el bullicio de una calle comercial. Por dentro, las paredes son una galería de historias que recogen 45 años de vida dedicada al arte: unas veces con los trazos de la belleza de París, otras, conmovida por los horrores de la guerra y la violencia de Medellín.
Allí está el maestro, Dorian Flórez, con su imagen tranquila y una sencillez que contrasta con la magnitud de sus logros. Él mismo sirve un café de greca y se dispone a departir con sus estudiantes, que más parecen amigos a quienes se les deja un legado con amor, sin egoísmo.
Su taller, un primer piso generoso, en el que recibe, de lunes a sábado —a excepción de los martes, que es cuando se dedica a sus obras—, a cien aprendices de toda el área metropolitana, y de municipios como Amagá, Angelópolis y Jardín, de edades y condiciones diversas. Algunos de ellos tienen necesidades educativas especiales y otros son profesores universitarios o campesinos, a quienes define como grandes artistas.
A lo largo de los muros o sobre caballetes también hay obras de ellos, algunas inconclusas, otras terminadas, en las que se puede ver la impronta del maestro y la aplicación de la Teoría de los nueve colores, inventada por él: nueve colores, entre primarios básicos, fríos y cálidos, para pintar todo, y que pueden usar tanto los pintores coloristas, que usan pinturas luminosas tal cual salen del tubo, y por los valoristas, cuya búsqueda se enfoca en quebrar el color con los complementarios.
A esa conclusión llegó luego de investigar muchas otras teorías, gestadas a partir del siglo XVIII —las de Vicent Van Gogh, Tiziano y Carvalho, entre otros— y que quiere plasmar en un libro con la teoría del taller, incluida la preparación de telas con técnicas del siglo XV, la química del color, la restauración y muestras de su obra. “Es un libro que puede tener una trascendencia muy grande porque es una investigación de muchos años”, comenta y señala el segundo cuadro de un estudiante que, en solo seis meses, pinta como si llevara años.
Una mirada al pasado
El recuerdo de su padre, a quien veía como su abuelo por la edad avanzada, se remonta al lugar donde el artista vivió los primeros años de infancia —una edificación de dos pisos en el marco del parque de Caldas, a pocos metros del actual taller donde ahora funciona un restaurante-, y se quedó suspendido en 1970, fecha en la que este murió, cuando Dorian apenas tenía nueve años de edad.
“El hecho de pintar las paternidades refleja esa falta de afecto del padre y hace que yo me sienta como un padre más materno con mi hija, queriendo hacer lo que yo hubiera querido con mi papá. Eso hizo que en Europa me llamara mucho la atención la forma cómo los padres se ocupaban de sus hijos”, refiere Dorian.
Su mamá llegó de Vitervo, Caldas, huyendo de la violencia. De ella se derivó su primer interés por el arte. Dorian dibujaba las imágenes que su madre delineaba a mano en las vajillas de Locería Colombiana. Así empezó su pasión: de manera autodidacta y solitaria.
De niño tenía en su casa témperas y pinceles, y ensayaba con carboncillos y pasteles. Con el dinero que recibía los domingos se iba para Artes Rafael Esteban García, un negocio especializado de arte en Medellín, y compraba revistas con temas que iban desde paisajes hasta la figura humana.
Aprendizaje
Han pasado 15 años desde que regresó a su tierra natal, después de residir durante 20 años en Francia. Se fue en 1982, a los 20 años, con visa de estudiante, luego de terminar el bachillerato en la I. E. José María Bernal y de estudiar idiomas en la Alianza Francesa y en el Colombo Americano.
“Llegué a Nantes, la ciudad de Julio Verne, para nivelar el francés durante un año y poder ser admitido en la universidad”. Estudió francés y literatura francesa en la Universidad de Nantes así como psicología clínica en la Universidad de París VII Denis Diderot. Empezó a estudiar, de manera alterna, en Bellas Artes, donde le gustaba lo relacionado con la figura humana y técnicas clásicas como grabado, óleo, guacha, témpera y encáustica.
Allí trabajó como niñero, jardinero, profesor de español, celador, recolector de uvas, conductor de tractor y vendedor de helados a la orilla del mar. También laboró en la biblioteca de la universidad y fue traductor de Roberto Junguito Bonnet, embajador de Colombia en Francia entre 1986 y 1987.
A su interés por la promoción de la cultura, se suma su trabajo social con discapacitados a los que dictaba talleres de arteterapia y su apoyo a refugiados de la guerra de Kosovo, donde estuvo 40 días con Médicos sin Fronteras, una experiencia en la que, por medio del dibujo y de lo que veía, adquiría consciencia de lo terrible de la guerra. Luego trabajaba medio tiempo en un convento donde llegaban los refugiados, y el otro medio tiempo pintaba. También tuvo un taller en París, donde dictaba clases a personas de 25 nacionalidades y luego otro en Italia.
Volvió a Colombia con la idea de estar un mes, pero se quedó para mitigar la angustia de su madre de morir sin volverlo a ver. En esa época tenía 40 años y conoció a su esposa, con quien tiene una hija de 12 años. Entre exposiciones en Medellín se fue quedando, sin dejar de extrañar el ambiente de París, su comida, los amigos.
Su estilo
Dorian era más conocido en Europa que en Colombia, pero críticos de arte como Leonel Estrada, quien organizaba las bienales de arte de Coltejer, así como muchos galeristas, lo reconocieron tras su llegada del Viejo Continente y, tan sólo dos días después, ya ocupaba las primeras planas de los periódicos de mayor circulación regional.
Con 35 obras, hizo la primera exposición en la Galería Arte Autopista, que tuvo una gran acogida y lo motivó a continuar exponiendo en Medellín. La temática esa vez fue la maternidad y la paternidad —es reconocido en México como el artista de las paternidades y las maternidades— y algunos surrealismos, y la primera obra vendida, de un total de siete, fue sobre Ciro Mendía, poeta y dramaturgo caldeño.
Si bien se considera un pintor figurativo, también incursiona en el surrealismo y en el expresionismo, sobre todo el alemán, pero su estilo es más propio al combinar un poco de expresionismo y de figurativo. Por eso, a veces sus figuras parecen hechas “a la carrera”, y otras veces son más refinadas.
“El surrealismo es más introspectivo, es un monólogo conmigo mismo, es un regalo para mí. Por eso son obras que no me gusta vender sino guardar”. De esa interioridad han quedado plasmados muchos temores, por ejemplo, el sentirse secuestrado en su propio país, en un momento en el que las bombas eran la constante.
El mismo mes en que llegó explotó la bomba del Parque Lleras, entonces pintó La vida rueda, en la que hizo una alegoría sobre el círculo de la existencia. Empezó a plasmar cosas de lo vivido en Colombia: la Serie de los niños tristes, Arriba los niños abajo las armas. Fue protagonista de la revista Cultura Viva, que circulaba en 37 países de habla hispana.
Está empeñado en rescatar la imagen grandes personajes de su municipio como Francisco Morales, ilustrador y fundador de la Facultad de Artes de la Universidad de Antioquia y de la Casa de la Cultura de Medellín; Alberto Posada Ángel, exrepresentante de Colombia ante la Organización de Estados Americanos, y Gonzalo Soto, la persona que más sabe de griego y latín en Colombia.
Por eso, quiere que en Caldas se haga alusión a estos personajes ilustres, por su gran respeto al pasado. El legado que quiere dejar es el académico, no tanto con su obra porque cada persona es un mundo, sino con la continuidad de su teoría.
“Hay dos tipos de pintores, el que pinta para vivir y el que vive para pintar y yo vivo para pintar, no para responder al comercio. La pintura es mi estilo de vida”, concluye el artista.
Por: Mónica María Vásquez Arroyave
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