No apto para morales conservadoras, católicas, apostólicas y romanas
No sé qué tan adecuado sea hacer este tipo de “confesiones” en un periódico, tampoco sé si sea políticamente correcto, o si mis consejeros de marketing político saldrán a decirme: porqué tenés que ser así. La respuesta para todos los casos, al mejor estilo del Chavo del ocho será: al cabo que ni me importa.
Por: Alejandra Quirós Vélez*
Lo que cuenta acá es lo que sí me importa y lo que motiva esta opinión, el 14 de mayo una noticia de El Espectador decía: “Secretaría de Gobierno de Bogotá culpa a Rosa Elvira Cely de su propio ataque.” El contexto, descrito por el mismo periódico: En 2012 Rosa Elvira, después de una típica salida con compañeros de estudio, aceptó ser llevada a su casa por su compañero Javier Velasco, quien se desvió, la llevó al Parque Nacional en Bogotá, la golpeó con el casco de su moto en la cabeza, la dejó casi inconsciente, la violó, la apuñaló y, en un gesto máximo de inclemencia, le introdujo ramas por el ano y la vagina hasta destruir sus intestinos y órganos pélvicos.
Este caso generó (al fin) profunda indignación en el país e inspiró la ley aprobada en 2015 después de 3 años de lucha, la cual lleva el nombre de Rosa Elvira, que tipifica el feminicidio como un delito autónomo, para garantizar la investigación y sanción de las violencias contra las mujeres por motivos de género y discriminación. Esto es un gran avance, pero desafortunadamente los avances en unos aspectos, no quitan la terrible realidad que nos circunda, y ante una demanda que impuso la familia de Rosa Elvira al Distrito por su responsabilidad en lo ocurrido, la abogada de la Secretaría de Gobierno, el mes pasado dijo: “Si Rosa Elvira Cely no hubiera salido con los dos compañeros de estudio después de terminar sus clases en horas de la noche, hoy no estuviéramos lamentando su muerte”.
Bueno, si quieren saber por qué esa frase encierra todo lo arcaico, reprochable, aberrante, indignante, y un sinfín de adjetivos de repudio, sobre este caso les invito a leer el artículo del Espectador, la Convención interamericana para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la mujer “Convención de belem do para” y la sentencia de la Corte Constitucional T012 de 2016.
Este espacio quiero usarlo para expresar mis sentimientos y reflexiones más personales y privadas, porque lo privado es público, y si se trata de violencia sexual sí que es cierto. ¿He sufrido de acoso y abuso sexual? Sí y en muchos niveles: me han dicho obscenidades desde mi infancia en la calle, me han tocado en el transporte público, me han cogido a la fuerza por no querer bailar, me han insultado en redes sociales por no querer responder a coqueteos que no quiero, han querido abusar de mí cuando he bebido, me han acusado de tener logros por ser amante de alguien (supuestamente) y como ha todas me ha tocado llenarme de armaduras y argumentos para defenderme de esto, son habilidades para sobrevivir en una sociedad que nos culpa a las mujeres por ser feas y por ser bonitas, por ser brutas o inteligentes, por ser caseras o callejeras, en fin, no tenemos salvación.
Como si fuera poco, no podemos salir “solas”, recuerdo el horror del caso reciente de las chicas de Ecuador, tenemos que cuidar cómo vestimos y cuánto mostramos, el caso de la chica de minifalda de Andrés carne de res, y ahora será que hay que pedirle antecedentes judiciales a los compañeros de estudio, de trabajo y no sé qué más para saber sí podemos salir con ellos a socializar, claro que la mejor manera de estar seguras será no socializar. Sin embargo, las estadísticas sobre los abusos sexuales dicen que en mayor parte son cometidos por personas muy cercanas, como familiares, entonces habrá que enseñarle a las niñas a dejar de vestirse provocadoras en sus casas y pedirle antecedentes a sus papás, padrastros, tíos, primos, etc.
¿Les suena ridículo? A mí también, y seguir culpando a las víctimas de abuso sexual y feminicidio es lo más vil y medieval que pueda existir, así como que el Estado no sea más contundente en sus acciones, de todo tipo, para que entendamos que el cuerpo de las mujeres no pertenece a nadie más que a ellas, que tenemos derecho a decir no, a vestirnos como se nos pegue la gana sin que signifique una invitación al abuso, y que también tenemos derecho a disfrutar de nuestra sexualidad sin presiones, sin imposiciones y sin prejuicios.
Lo digo y lo disfruto sin remordimiento, me gusta la bohemia y la noche, de ellas tengo maravillosos recuerdos con personas que en la noche al son de unos tragos se desinhibe, se ríe, baila, se relaja, se sincera, muchas veces se escapa de la realidad que los agobia. Siempre he querido seguir disfrutando de ello sin temor, bajo el abrigo de una comunidad que se cuida y se respeta, en cualquier contexto. Si nos llegara a pasar algo no será por “callejeras”, será por culpa de una sociedad que aprueba y promueve con complicidad que hay supuestos comportamientos apropiados e inapropiados para las mujeres, y que ello justifica que tomen dominio sobre nuestros cuerpos, nuestra libertad y nuestras vidas.