El viejo oficio del cambalache de relojes
“A vuelo de pájaro, ese reloj vale 20 mil pesos”, aseguró ‘la fiera’ luego de ponerse sus anteojos y hacer un exhaustivo análisis de la pieza. “Es un Finart, pero no es de acero, aunque no se pone negro. Usted verá”, explicó quien lleva 40 años en el oficio del cambalache –venta, compra y cambio de relojes, celulares y todo lo que se atraviese-, en el parque de Itagüí.
Carlos Enrique Betancur, a sus 67 años, llegó a este oficio, como sus demás compañeros, obligado por la falta de completar las semanas para su jubilación y recibir una pensión algo decente. En su viejo y desteñido carriel negro lleva entre 25 y 30 relojes, unos de cuero, otros de acero, de lata y alguno de oro, aunque éstos ya no son tan comunes.
A su lado, como si se tratase de su socio, por lo general está Aurelio de Jesús Henao, de 64 años y quien confiesa que ya no sabe cuánto lleva en este oficio. Aurelio delata a Carlos: “ese es una fiera, me ha tumbado más de una vez”, dice con firmeza pero luego se deja vencer por una sonrisa. ‘La fiera’ lo mira, se ríe también, pero no niega la acusación.
Ambos se conocieron hace por lo menos 20 años en el parque principal de Itagüí. Comparten plaza y horario de trabajo –de 9:00 de la mañana a 6:00 de la tarde-, los doce tintos que se toman a diario para distraer el hambre y un chico de billar al mediodía, cuando el negocio anda bien. Comparten sonrisas, tristezas y cambian el mundo a diario cada vez que hablan de política colombiana y exterior, en especial de la venezolana, aunque confiesan que para ellos “la política no deja de ser una porquería”.
Coinciden en que para ellos el tiempo es oro, literalmente. “Nos toca rebuscarnos la comida porque ya a esta edad no nos dan trabajo. Por eso cada reloj para nosotros es oro”, advierte Aurelio, mientras pide tres tintos de 300 pesos y comienza a recordar cómo era este negocio hace 10 años.
“Yo manejaba una finca en Cisneros y en las tardes cambiaba relojes en el parque, luego me vine para acá a trabajar como celador pero en las tardes hacía lo mismo. El negocio era bueno: uno se alcanzaba a ganar hasta 200 mil pesos cambiando un reloj fino”, relata.
Y es que este oficio es tan tradicional en el parque de Itagüí como la misa de 7:00 de la mañana. Allí se pueden reunir hasta 30 personas para negociar relojes, celulares, radios e incluso bicicletas. Sin embargo Carlos lamenta que ya nada es igual.
“Aquí se hacían negocios hasta de $4 millones por un Rolex original, pero eso ya no se ve. Llegaron muchos, dañaron la plaza”, advierte ‘la fiera’ indignado, mientras sostiene en su mano izquierda diez de sus relojes a la espera de un cliente que le dé lo necesario para la comida del día y algo para el arriendo del mes.
Carlos y Aurelio se miran, tratar de hacer negocio pero la oferta y contraoferta no demora mucho por la experiencia que tienen. “Ya no me dejo tumbar más por este”, dice Aurelio. Ambos aclaran que nunca tratan de tumbar a sus clientes para no perder credibilidad, pero advierten que en este oficio es difícil dar garantía. “Esto es un riesgo de parte y parte”, dicen. Ambos ven cómo pasa el tiempo, aunque poco se fijan en la hora, pues tan solo cuando el sol se esconde, saben que ya su jornada de trabajo ha llegado a su final.
Alejandro Calle Cardona