El día que Carlos logró su sueño olímpico
El bicicrosista antioqueño le contó a CIUDAD SUR, desde su casa en La Estrella, cómo vivió la competencia en la que logró la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos Río 2016. Junto a su madre, recordó su trayectoria como deportistas, sus triunfos y derrotas, pero especialmente las alegrías al lado de su familia, su principal razón para pedalear y lograr ser el mejor del mundo en BMX.
PUBLICADO 1 SEPTIEMBRE 2016
Ok riders, random start
Riders ready
Watch the gate
Es el momento más largo para un bicicrosista, puede variar entre uno y tres segundos, pero todos, los ocho de la línea esperan que caiga esa reja de metal.
Tu tu tu tuuuuuuuu
Cae el partidor, el acero golpea fuerte con el suelo, es un sonido ensordecedor, la llanta delantera tarda unos segundos en tocar el piso pero los deportistas solo piensan en pedalear lo más fuerte que pueden y comerse esa pendiente de doce metros. En el partidor de Río, en los Juegos Olímpicos 2016, Carlos Ramírez salió en el carril 7. Su partida no fue la mejor, “no pude acomodarme al de Río”, dice.
La carrera más importante de su vida se iba y lo dejaba atrás. Así como cuando a los cuatro años no pudo entrar a una pista; luego de practicar ecuestre, fútbol y algo de deportes a motor, el BMX le empezó siendo esquivo. “Me dijeron que el semillero era a partir de los 5 años, así que empecé a montar con un tío de mi mamá que tenía las hijas en el deporte. Íbamos a cualquier parte, un parque o un skatepark para aprender a montar”, recuerda Carlos.
Antes de llegar al primer salto, el morro triple, por delante de él estaba Tory Nyhaug de Canadá, Carlos se veía último, pero no renunció, las mangas de cuartos de final y semifinal, en todas, la película, al principio, era la misma. Tomó ganas y en el segundo salto, el doble, alcanzó a Tory, quiso divertirse en la pista, tal y como cuando era pequeño. “El BMX siempre lo quise hacer como por un juego, algo que hacía por disfrutar. Pero a partir de los ocho años empecé a darme cuenta que era bueno y me dieron ganas de ganar, de ganar y ganar. Si perdía me daba muy duro, hasta lloraba de vez en cuando”, confiesa.
No quería llorar de tristeza en Río, sus primeros Juegos Olímpicos. Llegó al morro triple, el último de la primera recta en la misma posición, y con un salto de maestro cayó en la entrada al primer peralte en el puesto seis. Llevaba buena velocidad y con una mejor ubicación entró a pelear el puesto con los holandeses Niek Kimmann y Jelle Van Gorkom; se sentía fuerte, como a sus 8 años en Paulínia, Sao Paulo, Brasil. Allí se coronó campeón mundial por primera vez y supo que el BMX sería lo suyo. Corría el año 1998.
Toda la segunda recta la rodó codo a codo con los dos holandeses. No es sólo ir rápido, es defender el espacio, la línea de carrera. Cuando llegó al último salto y cayó en el peralte, sus rivales estaban delante de él, se sintió como cuando su departamento le dio la espalda. “Fue una decisión que se tomó porque no había apoyo en Antioquia para mí, había muchos corredores élites por delante que eran buenos. Bogotá no tenía como un semillero y me propusieron que los representara. Al principio fue muy duro porque todos me criticaban y señalaban, los de Antioquia y los de Bogotá. Pero la capital me dio todo su apoyo”, relata.
En esa curva había un impulso mayor, tal vez más silencioso que de costumbre: sus padres. Carlos y Ana María estaban en las tribunas, tal como han estado con él a lo largo y ancho del planeta; cuando no hubo una Liga, un ente departamental ni un patrocinador, ellos estuvieron ahí para que él volara por sus sueños. Esta vez vieron la carrera distanciados. Él, más tranquilo, analítico, como hablándole a Carlos al oído, diciéndole qué hacer, por dónde recuperar terreno. Ella, más efusiva, grita, aplaude, no le susurra a Carlos Alberto, le grita con todas sus fuerzas sólo para que él recuerde que están ahí, como siempre.
Bueno, no como siempre, esta vez tomaron unos tranquilizantes para poder vivir el momento. “Decidimos tomar esos relajantes para disfrutar la experiencia, al fin y al cabo es BMX y en cualquier momento todo puede terminar, una caída o una mala posición podía haberlo dejado por fuera”, anota Ana María ya más tranquila en su casa mientras revela el álbum de fotografías de su hijo. “Para mi ellos son todo, si estoy aquí es gracias a ellos. Su apoyo, las ganas que me meten, cuando estoy aburrido me empujan”, expresa Carlos Alberto, mientras mira a su madre quien sonríe orgullosa.
Y ese apoyo de sus padres lo hicieron tomar el primer salto de la tercera recta con un empuje mayor a sus rivales. En su mente, en su cuerpo estaban los recuerdos de todo lo que aprendió en el Centro Mundial del Ciclismo de la UCI, en Aigle, Suiza. Fueron 19 meses en tres años alejado de sus padres, dedicado los siete días de la semana a entrenar y aprender.
Cerca de la meta
Entró a la tercera recta, la zona rítmica. Allí la técnica debe ser brillante, prolija. Tomar bien cada resalto permite al corredor alcanzar una buena velocidad para avanzar los demás, pero también un solo error puede llevarlo al suelo. En el primer salto Carlos cayó bien impulsado, en el segundo cuatro corredores peleaban el tercer lugar, en el tercer salto superó a Niek Kimmann, campeón mundial 2015. Partió octavo, ya era quinto con sus rivales muy cerca. Cerca de la meta que se trazó desde que vio por televisión los Olímpicos de Pekín. “En el 2008 soñaba con estar ahí representando a mi país. Me dije, yo quiero estar allá y ganarme una medalla”.
La inteligencia para correr de Carlos lo ha caracterizado siempre, en la tercera recta, antes del peralte iba por fuera, cuando entró a la curva sólo tenía algo en mente, solo un movimiento podía acercarlo a lo que buscaba, ¡clavarse!, tomar la curva más cerrada para entrar más adelante. Y el pequeño mago sacó su as bajo la manga, el conejo del sombrero, ese 19 de agosto en Río de Janeiro, en esa última curva de la final masculina, ese apodo que le acuñó Max Cluer, narrador sudafricano en la Copa Mundo SX Chula Vista 2014 tuvo más sentido que nunca. ¿Pero por qué el apodo? Por su baja estatura y porque por lo general siempre llega desde atrás en la pista y aprovecha cualquier espacio para meterse en la punta. Y en Río no fue la excepción.
Entró tercero a la última recta, al lado de Nicholas Long, estaba fuerte como en Birmingham 2012, en el campeonato mundial, cuando corría en categoría Junior. Allí perdió la contrarreloj después de haber sido el mejor en la clasificación, pero en la competencia por mangas fue el mejor. “Me dio mucha rabia perder los tiempos porque al que ganó le dieron un reloj y yo lo quería- se ríe-. Pero al otro día me desquité, salí fuerte en la final y pude ser primero”.
La última recta en Río fueron cinco resaltos y a su lado, un fuerte rival más cerca de lo que un corredor en ese momento, en esa circunstancia lo quisiera tener. Cinco saltos mano a mano, técnicamente los dos los superaron de forma muy similar. Carlos trajo a sus manos, a sus pies todo lo que sus entrenadores, desde los 5 años le enseñaron. Volvieron los consejos y correcciones de Hernán Guarín, Jorge Wilson Jaramillo, Martín Bedoya, Thomas Allier y Germán Medina.
Pero nunca estuvo incómodo en esa situación. Carlos recordó con claridad el sábado el 8 de mayo de 2016, en Papendal, Holanda. En la final de la Copa Mundo de supercross partió igual, atrás, y cruzó tercero la meta. A su mente también llegó el 27 de septiembre de 2014 en Chula Vista, California, fue su primer podio en una carrera élite internacional, y lo logró acompañado de su madre, que así como él en la pista, ella en la tribuna no se guardó nada para disfrutar el momento ni para apoyar a su hijo con gritos y aplausos.
Escasos doce metros separaban el último morro de la meta, cinco metros que Long y Ramírez disputaron tanto como los resaltos anteriores. Estaban muy parejos, pero el “pequeño mago” tenía su último esfuerzo, el hijo de Carlos y Ana María recibiría de ellos el empujón final. Con un “golpe de riñón”, técnica que consiste en tirar el cuerpo hacia atrás y la bicicleta hacia adelante Carlos Ramírez se lanzó por el bronce, por el podio. Pero nada fue claro, la confusión reinó, Long sonreía y Ramírez también. La pantalla definió el oro para Connor Fields y la plata para Jelle Van Gorkom, pero en el bronce al lado de Long y Ramírez se leía Photofinish.
Un comisario UCI le dijo que había ganado él, pero que debía esperar que apareciera en la pantalla. Cuando ese momento llegó los colombianos presentes en la pista explotaron en alegría, Carlos se arrodilló y doña Ana supo que en la página del álbum fotográfico que tiene la vida y carrera de Carlos ya tendría una hermosa imagen para poner en el espacio que había dejado junto a la fotografía de campeón mundial junior 2012. La imagen que lo acreditaba como medallista olímpico, como su medallista olímpico.
Ahora Carlos, más tranquilo en su casa ubicada en una vereda del municipio de La Estrella, espera que los nuevos talentos del BMX tengan más apoyo estatal del que tuvo él. Aunque no sabe mucho de política, asegura que hará lo posible para que la pista de este municipio y que se encuentra en mal estado, sea reparada y los niños tengan donde entrenar y por qué no, ser campeones mundiales y medallistas olímpicos como él y su amigo Carlos Mario Oquendo.
Por: Diego Sandoval Ruiz
periodicociudadsur@gmail.com