Carta a “Vitri”, el eterno hincha fiel de Nacional

En la década de 1980 perseguía el bus del equipo para verlo entrenar, hasta que el profesor Maturana lo invitó a que les ayudará. A partir de ahí no faltó nunca a los entrenos ni a los partidos. Esta es la historia de Vitri, el hincha que llora la afición de Atlético Nacional.


Ciudad Sur

Crónicas y reportajes / febrero 6, 2024

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La última vez que te vi fue en las tribunas del Atanasio. Recuerdo que esa noche fría de marzo de 2022 el equipo perdió y lo único que me hizo sonreír fue verte correr entre las sillas. Aunque habían pasado tres años, me reconociste. Me sentí privilegiado porque todos se quedaron viendo cómo nos abrazamos, como lo hacíamos cada mañana que compartimos en la sede de Guarne o en los camerinos.

Tu amor incondicional y fidelidad serán inolvidables. Eras el primero llegar a cada entrenamiento luciendo la chaqueta que alguno de los ídolos te regalaba. Entrabas hasta el consultorio para saludar a los médicos y fisioterapeutas.

Le ayudabas a Gusa y a Niño con los conos, los guayos o los costales pesados llenos de balones, así te hicieran achantar cuando te decían que te querían mucho y te pedían muertos de la risa que les dieras un beso.

Llevabas el agua o salías corriendo desde la cancha hasta el camerino si alguien pedía algo. Todos se reían con tus bailes, tus cantos y obvio, con tus sonrisas. Pero pocos sabían tu historia, esa que me contaste una tarde en el bus rumbo a Itagüí. Hoy busco la grabación que nunca transcribí y me duele aún más no haber escrito tu historia antes.

Ese día no aguanté y te pregunté cómo habías llegado a Nacional. Tu nombre era Jorge Iván Álvarez, pero no quisiste responder por qué te decían Vitri. Me contaste que terminando la década de 1980, cuando el equipo no tenía ni siquiera cancha propia, salías corriendo detrás del bus que llevaba los jugadores para verlos entrenar.

Eran los tiempos del profe Maturana y los puros criollos, los mismos que definían a última hora si entrenaban en la cancha de Coltabaco, en Itagüí o la Universidad Nacional. No importaba, cómo sea llegabas hasta ahí. Hasta que un día el profe te vio detrás de las mallas y te llamó. Te invitó a que los ayudaras y ese fue el día más feliz de tu vida.

No faltaste nunca, o bueno, hasta que te lo permitieron. Todos los días llegabas a los entrenos, incluso hasta el frío y lejano Guarne por tu propia cuenta desde tu casa en Campo Valdez. Esperabas el bus en la puerta grande de la tribuna sur del Atanasio antes de cada partido, hasta una vez te llevaron de viaje a un partido en Argentina por Libertadores. Ahí el mundo conoció tu historia.

Diste más vueltas olímpicas que cualquier otro equipo en el país, puedes decir que fuiste bicampeón continental y cada derrota te ponía triste, pero antes de salir del camerino siempre se te soltaba “el otro lo ganamos”.

Te convertiste en el cómplice de los ídolos de todos. Te ganaste su cariño, su respeto. Por eso nos rompió el corazón cuando te cerraron la puerta de la sede deportiva, pero eso hoy no vale la pena.

Hoy ellos, nosotros, todos lloramos tu injusta partida. Pero te vamos a recordar siempre sonriendo, bailando y cantando “Oh, oh, oh, mi Nacional”. Vitri eterno.

Con cariño, Alejo


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